El lenguaje del cielo
Martes de la 2ª semana de Pascua / Juan 3, 5a. 7b-15
Evangelio: Juan 3, 5a. 7b-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu». Nicodemo le preguntó:
«¿Cómo puede suceder eso?». Le contestó Jesús:
«¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».
Comentario
«Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales?» Jesús dice que ha hablado de cosas terrenas porque ha puesto ante nosotros imágenes terrenas: ahora la del nacimiento, pero siempre nos ha hablado en parábolas, sirviéndose de cosas del mundo para que comprendiéramos quién era Él y pudiésemos creer en Él. Él mismo ha asumido una imagen terrena para que pudiéramos verle, y viéndole creyéramos en Él. También lo ha hecho en su resurrección: con cada aparición el resucitado ha mostrado una apariencia terrenal, para hacerse asimilable y provocar la fe en que Él es el Hijo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre».
Pero cuando ascienda su cuerpo ocurrirá como ya sucedió en la cruz, donde «tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana» (Is 52, 14). Del mismo modo, en su ascensión, ya no se aparecerá más la figura humana individual del Señor. En la cruz y en la ascensión Dios ya no nos habla terrenalmente; habla con el lenguaje del cielo, con el lenguaje de Dios que es silente e invisible. Solo quien alza la vista al cielo y alcanza a verle en su invisibilidad y le escucha en su silencio puede creer en Él: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».
Volver a nacer de lo alto implica, por tanto, fiarse a lo que no se ve y no se sabe, fiarse a Él: «Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».