El lema del Papa León XIV: In illo uno unum - Alfa y Omega

La muerte del Papa Francisco, los novendiales, el cónclave, las citas diarias con la chimenea vaticana frecuentada por simpáticas gaviotas, vocero de buenas nuevas, la rápida e imprevista fumata blanca, los momentos de incertidumbre expectante a la espera de ponerle rostro y nombre a nuestro nuevo Pastor de la Iglesia universal… Con el corazón aún rebosante de la Gracia entretejida en estos acontecimientos eclesiales y, por tanto, también divinos, vamos poco a poco, deseosos, conociendo al 267 inamovible eslabón de la preciosa cadena, que va siendo engarzada de generación en generación desde el apóstol Pedro hasta nuestros días, mediante la sucesión apostólica: «Y nuestros Apóstoles conocieron por medio de nuestro Señor Jesucristo que habría discordias sobre el nombre de obispo. Puesto que por esta causa tuvieron un perfecto conocimiento, establecieron a los ya mencionados y después dieron norma para que, si morían, otros hombres probados recibiesen en sucesión su ministerio» escribió san Clemente de Roma, en su Primera carta a los Corintios, quien fue el tercer sucesor del apóstol Pedro, (Pedro y Pablo, Lino, Anacleto, Clemente) según testimonia san Ireneo de Lyon, en el s. II. Uno de los detalles que ya conocemos es el lema del Papa León XIV: In illo uno unum. Esta expresión aparece en su obra Enarraciones sobre los salmos a propósito del salmo 127 (128). Con motivo de la fiesta del mártir san Félix, el obispo de Hipona predica sobre la felicidad del justo, afirmando en el parágrafo 3: «Hay, de hecho, un Hombre que así es bendecido, y ningún hombre teme al Señor sino el que se halla entre los miembros de este Hombre; y muchos son los hombres y uno solo es el Hombre, pues muchos son los cristianos y uno solo es Cristo. Los cristianos, con su Cabeza, que subió al cielo, es el único Cristo: no es Aquél uno y nosotros muchos, sino que también nosotros, siendo muchos en Aquel (que es) uno, somos uno. Luego, uno solo es el Hombre, Cristo, Cabeza y Cuerpo. ¿Cuál es su Cuerpo? Su Iglesia, conforme dice el Apóstol: “Somos miembros de su Cuerpo”» (Efesios 5, 30); y: «Vosotros sois Cuerpo de Cristo y miembros» (1 Corintios 12, 27). «Entendamos, pues, la voz de este Hombre en cuyo Cuerpo somos un solo Hombre, y allí veremos estos bienes verdaderos: Jerusalén».

Agustín emplea frecuentemente esta imagen paulina de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, quien es su Cabeza. La retoma el Concilio Vaticano II con su constitución dogmática acerca de la Iglesia, la Lumen gentium, especialmente en el número 7. A esta imagen eclesiológica aludió nuestro nuevo Pontífice en su primera homilía, dirigida a los cardenales en la Misa pro Ecclesia, el pasado 9 de mayo, con la expresión: «Cuerpo místico».

El lema del Papa León XIV llama a la unidad, pero no a cualquier unidad, sino a una muy específica, que es la operada por el Espíritu, pues es sobrenatural: la comunión en Cristo. In illo uno illum me evocó unas palabras de otro obispo, también padre y doctor de la Iglesia, al igual que los es san Agustín, san Ireneo de Lyon, doctor de la unidad: «Del trigo seco no hay modo de hacer, sin agua, masa ni pan. Tampoco nosotros podíamos hacer uno en Cristo Jesús sin lluvia del cielo. La tierra árida no fructifica mientras no reciba agua. Ni los que antes éramos leño árido, fructificaríamos nunca la Vida (de Dios) sin la lluvia (del Espíritu) generosamente venida del cielo» (Contra las herejías III, 7, 2).

En esta Pascua, en la que Dios ha querido que acojamos afectuosa y filialmente al nuevo obispo de Roma, que preside en la caridad a toda la Iglesia, mientras caminamos hacia la gran fiesta de Pentecostés, no cesemos de pedir al Espíritu Santo ser uno en Cristo, la comunión del Cristo Total, Cabeza y miembros, que sólo Dios puede obrar.

«¿Quieres también tú vivir del Espíritu de Cristo? Incorpórate al Cuerpo de Cristo».

«¿Acaso vive mi cuerpo de tu espíritu? El mío vive de mi espíritu y el tuyo, de tu espíritu. No puede vivir el Cuerpo de Cristo si no del Espíritu de Cristo. De aquí lo que nos está exponiendo el Apóstol Pablo sobre este Pan: “Muchos somos un solo Pan —dice— un solo Cuerpo”» (1 Corintios 10, 17). «¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad! Quien quiere vivir, tiene donde puede vivir, tiene de donde puede vivir. Que se acerque, que crea, que se incorpore para ser vivificado. Que no aborrezca la unión con los miembros, que no sea un miembro pútrido que merezca ser cortado; que no esté deformado, de lo cual se avergüence. Que sea hermoso, que sea apto, que sea sano. Que se adhiera al Cuerpo, que viva para Dios, de Dios. Que trabaje, ahora, en la tierra, para, después, reinar en el cielo» (san Agustín, Comentario al evangelio de San Juan, XXVI, 13).