El hogar que no tenía Remedios - Alfa y Omega

El hogar que no tenía Remedios

Sant’Egidio regenta en Barcelona la Casa Familia, un hogar que evita confinar a los mayores en residencias de ancianos, a las que muchos no quieren ir

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Esta antigua vecina del Raval ha encontrado compañía. «Con un amigo la edad no cuenta», dice Rosa (arriba, con gafas). Foto: Montse Vilaseca

Rosa va a ver a Remedios tres días por semana. La primera es una profesora de Barcelona, madre de dos hijos. Remedios es una anciana que vivía en una residencia de mayores, a la que había llegado en contra de su voluntad. Gracias a esta amistad, justo en los días previos al confinamiento, Remedios pudo entrar a vivir en la Casa Familia que la Comunidad de Sant’Egidio tiene en Barcelona, escapando así de un destino incierto.

La Casa Familia es un recurso que permite la convivencia de ancianos solos que necesitan ayuda, porque no tienen suficientes ingresos para un alquiler individual pero desean vivir en un ambiente familiar. «Es un hogar donde cada uno tiene su independencia y puede hacer las cosas que le gustan, invitar a amigos a casa, entrar y salir tranquilamente… Aquí gozan de su libertad y al mismo tiempo tienen ayuda, compañía y amistad», afirma Montse Villaseca, responsable de este recurso de Sant’Egidio.

La idea de estas casas familiares viene «de la necesidad de encontrar respuestas a la pregunta sobre cómo vivir cuando uno se hace mayor», afirma Villaseca. Ante esta cuestión, «parece que la residencia es la única respuesta, cuando hay estudios que dicen que solo el 4 % de los mayores desea vivir allí. La mayoría quiere quedarse en casa».

La alternativa de Sant’Egidio es un hogar compartido por varios ancianos y visitado cada día por uno o varios voluntarios, con los que charlan y pasean. Una persona contratada hace las tareas de la casa y duerme también allí.

A esta casa llegó Remedios el 1 de marzo, justo antes del confinamiento. Si no lo hubiera hecho, «seguramente habría muerto, como muchas compañeras de la residencia», confiesa. Originaria del Raval, llevaba recibiendo las visitas de Rosa desde hace años. «Poco a poco ha surgido una amistad muy profunda; no asistencial sino de amigas», dice la voluntaria. «Su debilidad física ha fortalecido nuestra relación. Donde ella no llega, llego yo. Cuando salimos a pasear, yo soy sus pies y sus manos, y ella me regala su sonrisa y su sabiduría de la vida».

Este verano Rosa ha acompañado a Remedios a la playa de la Barceloneta –«hacía años que no veía el mar»–, y habitualmente salen a pasear a los lugares que Remedios frecuentaba de joven. Para Rosa «es muy bonito ser amigo de una persona mayor. Estar a su lado «me ha hecho una persona más profunda».

«Un bien de Dios»

Agustí lleva en la casa desde julio del año pasado. Antes de eso había pasado alguna temporada en la calle, y aquí se ha encontrado con «una familia», porque «nos ayudamos unos a otros. Uno pone la mesa, otro recoge los platos, hablamos de nuestras cosas, comentamos las noticias alrededor de un café… Todo esto es un bien de Dios».

Para Montse Villaseca, la responsable de la casa, el sueño es «que todos los ancianos puedan vivir en sus hogares o en casas como esta, y así puedan desaparecer las residencias tal como están concebidas ahora», lugares a los que muchos no quieren ir, «y más después de lo que ha pasado durante la pandemia».

Alternativas a las residencias

La pandemia ha revalorizado las soluciones que ofrece Sant’Egidio a los ancianos:

  • Covivienda. Ancianos que unen sus recursos y deciden vivir juntos, alentados por la Comunidad de Sant’Egidio.
  • Pisos tutelados. Miniapartamentos de 50 m2 para ancianos autosuficientes pero sin recursos, a los que Sant’Egidio ayuda en su día a día.
  • Casas familia. Pensadas para ancianos con poca autonomía funcional, son más grandes y acogen a más personas, incluida una empleada del hogar que vive y duerme allí.