El eco de tu voz - Alfa y Omega

El pasado 26 de agosto falleció el compositor, cantante y productor catalán Manuel de la Calva (Barcelona, 1937), la mitad, junto con su amigo Ramón Arcusa (Barcelona, 1936), del mítico Dúo Dinámico; formación que revolucionó no solo el panorama musical español del siglo XX, sino que también supuso el inicio del proceso de entrada y asimilación de la cultura pop en España.

Manolo (de la Calva) y Ramón (Arcusa) se conocieron cuando ambos tenían apenas 16 años en la fábrica barcelonesa de motores Elizalde, en la que el primero trabajaba como mecánico tornero y el segundo como delineante. Su común pasión por el jazz y la música estadounidense (en especial, el rockabilly de Elvis Presley y The Everly Brothers) les hizo congeniar fácilmente y enseguida empezaron a reunirse para escuchar y versionar en español las canciones que les gustaban.

A finales de la década de 1950 la música popular por antonomasia en España, aparte de las jotas y demás géneros vernáculos —confinados en los pueblos y en la organización Coros y Danzas—, era la copla y, en menor medida, como reflejo de la intensa relación con Hispanoamérica, el bolero, la habanera o la ranchera. El flamenco era la forma expresiva propia del pueblo gitano y otras minorías sociales, y el gusto por el jazz (entendiendo por tal el swing «blanco» de las big bands) era un capricho de clase de la alta burguesía de las grandes capitales, sobre todo Barcelona. 

Es en ese contexto cultural tan hermético a las influencias foráneas y tan anclado en gustos arraigados en los comienzos del siglo XX, en el que, de manera inaudita y audaz, estos dos chavales imberbes de la periferia barcelonesa se lanzaron al ruedo, casi al vacío, a cantar en público sus primeros temas, inspirados por la música rock en boga en Norteamérica.

Y arrasaron. Entre 1958 y 1961 (año de su consagración definitiva con su hit Quisiera ser y su película Botón de ancla), tres años antes incluso de la irrupción vía el turismo extranjero y las bases militares estadounidenses de la beatlemanía, el Dúo Dinámico causó un impacto profundísimo en la generación de los jóvenes que habían nacido tras la Guerra Civil. Su música conectó enseguida con la sensibilidad de la incipiente clase media urbana y sus enormes e inhibidas ganas de vivir, que veía en sus canciones un vehículo de expresión de sentimientos y aspiraciones completamente distintas de las de sus mayores.

Las melodías pegadizas y las letras vitalistas de Manolo y Ramón, junto con su cuidado outfit de reminiscencias estadounidenses —fueron los primeros en lanzar merchandising, trabajar su imagen de marca y generar el fenómeno fan—, cambiaron para siempre el gusto musical y estético de la sociedad española. Y sirvieron como banda sonora —aparte de sus propios hits como Quince años o Resistiré, fueron productores y compositores del La, la, la, de Massiel, o Soy un truhán, de Julio Iglesias, entre otros— para el largo proceso de su permeabilización y homologación con el modelo europeo-occidental.

El fulgurante y masivo éxito del Dúo Dinámico y su vitalista y desenfadada celebración de la libertad preparó el gusto del público joven para recibir la influencia de la cultura pop de origen estadounidense, tanto en sus formas como en sus temas. Así empezó a roturar y fertilizar el terreno cultural y sociológico en el que se asentaría la llegada de la democracia liberal a nuestro país 20 años más tarde. En cierto sentido, se puede decir que la modernidad entró a raudales en España a través de la pequeña rendija abierta en la autoproclamada reserva espiritual de Occidente por Manolo y Ramón.

El impacto del Dúo Dinámico, capaz de provocar un cambio cultural tan profundo de la nada, nacido del entusiasmo de dos adolescentes por la música rock, es un fenómeno extraño, estadísticamente muy improbable. Pero que, sin embargo, está hermanado con el que tuvieron los enormes Manolo Santana (1938-2021), Félix Rodríguez de la Fuente (1928-1980) o Sebastián Álvaro (1950): todos ellos hombres apasionados que lograron el milagro de contagiar a todo un país su amor por el tenis, la naturaleza o la montaña, respectivamente, y transformar de esta forma la conciencia social sobre el mundo, abriéndole nuevos horizontes hasta entonces desconocidos.

Manuel de la Calva ha fallecido a los 88 años de edad tras una larga vida de éxitos, rodeado del cariño y reconocimiento general por su inmenso talento y generosa entrega a su profesión; pero el eco de su voz nos sigue llegando hoy, atravesando el tiempo, con la misma frescura y fecundidad, desde aquella vieja factoría de motores de Barcelona, donde hace 70 años se encontró con su gran amigo y compañero de viaje Ramón Arcusa.