No ha terminado el drama de Cuba. La visita de Juan Pablo II ha sido un paréntesis feliz. Ha resucitado la esperanza en un pueblo que se encuentra en una situación límite después de cuarenta años de un régimen que, si le ha proporcionado gratis educación, sanidad y entierro ha sido a un coste terrible: sangre, miseria, odio y exilio. La nueva Cuba, que entre todos los cubanos, de dentro y de fuera, tienen que reconstruir va a necesitar un proceso que puede ir en línea recta o puede ir en zig-zag. Se verá. En ese proceso el mensaje de paz, de reconciliación, de libertad, de democracia, de derechos humanos, de prioridad de la persona en la economía, de un Estado moderno que no puede ser ni ateo ni confesional, sino respetuoso con la libertad de religión, viene a ser como una brújula en el océano de incertidumbres que se afrontan.
Gracias a las mujeres
En ese proceso la Iglesia en Cuba tiene una labor. Perdonadas, como buenos cristianos, las injurias sufridas (tan sucinta como claramente evocadas por el arzobispo de Santiago de Cuba), al cabo de unos años de reconstrucción íntima, la Iglesia en Cuba, rejuvenecida, confirmada en la fe por el Vicario de Cristo, recupera su lugar en la sociedad. Un lugar que el cardenal Ortega y Alaminos, arzobispo de La Habana, en la rueda de prensa del Habana Libre, situaba como necesitado de mayor espacio, no sin haber dicho antes que aquí no hay abierta una transición. El verdadero papel de la Iglesia es predicar a Jesucristo, y en eso se empeña cara al tercer milenio; no quieren que se les confunda con una ONG, por la ayuda social que prestan.
En esos cinco días el mundo ha palpado el alma cristiana de Cuba. Cientos de miles de cubanos se han acercado de nuevo a la Iglesia durante la misión de preparación, los templos antes vacíos se llenaban ahora. Es interesante saber lo que confiesan laicos y sacerdotes: La Iglesia se ha sostenido gracias a las abuelas, gracias a las mujeres. Fueron ellas las que mantuvieron los templos abiertos, las que convocaban las catequesis. «Si la Iglesia cubana tiene hoy la vitalidad que tiene es gracias a las mujeres», confirmaba Eduardo Mesa, 28 años, administrador de la Casa Laical. La mujer es hoy protagonista de la Iglesia en Cuba.
Los hijos pródigos
Se da ahora un fenómeno que el franciscano padre Chasco denomina como del hijo pródigo: vuelven los bautizados de antaño que sometieron su fe al sistema, que han sido militantes del Partido, que expulsaron gente de la Universidad, que maltrataron a los creyentes y ahora regresan. Provocan cierto recelo en los que han sido fieles, pero a todos se les recibe con los brazos abiertos en la parroquia.
Eduardo Mesa, también director de la revista Espacios, que pretende la formación y participación social del laicado, declara que la incorporación de esas personas ha de ser de forma gradual: «Nos alegra que regresen, pero deben recibir de nuevo la catequesis y después recuperar valores que en el camino han perdido. Vienen con el viejo estilo del Partido, tienen buena voluntad pero tienen que purificarse».
En Cuba queda un largo camino, ya se sabe, el de abandonar las viejas mentalidades y la cultura ateizante, adquirida en cuarenta años de castrismo-marxismo, que no se borran en una semana. Tres son los puntos de mayor dificultad. El paternalismo de Estado que ha hecho que la gente pierda toda iniciativa. La falta de cultura cívica, que impide que hoy por hoy no se pueda hablar de sociedad en Cuba. Y la necesidad de recuperar el espíritu de solidaridad, pues la situación límite en que ha vivido este pueblo, sobre todo en los últimos ocho años, una situación que puede calificarse de posguerra, con carencias de medicinas, alimentos, ropas… ha llevado a la gente a hundirse en el egoísmo más duro. De esta situación sólo el mensaje de verdad y libertad de Cristo puede sacarles.