¿El dolor? Pues depende - Alfa y Omega

Hace unos días circulaba en las redes una columna donde la autora afirma estar harta de esa «necesidad maníaca de extraerle a todo una enseñanza». Le echa la culpa al mindfulness y la autoayuda y dice que no todo ocurre por algo y que el dolor es a veces estéril, que no tiene sentido y solo daña. Lo que me ha recordado a lo que dijo en su momento Rafael Chirbes, en una entrevista: «El dolor no te da nada». Entiendo perfectamente el hartazgo de la columnista. A mí me pasa: es abrir Instagram y el móvil se me llena de coaches de todo tipo. Los hay para todos los gustos: desde cómo recuperar a tu ex usando la mentalidad de la abundancia a cómo atraer acontecimientos felices abriendo los centros energéticos. Nunca la vida interior ha gozado de tanta atención y nunca antes la meditación ha tenido tantos predicadores. Nunca hasta ahora hubo tanta presión para el que está sufriendo y no le ve sentido a lo que le pasa.

La moda del autoconocimiento está bien, porque facilita a mucha gente el acceso a informaciones y prácticas que antes solo eran patrimonio de los místicos. Pero como pasa con todo, se corre el peligro de convertir un proceso arduo y lento en una suerte de magia y frases de azucarillo que sirven como analgésico, como bien expresa la filósofa Mónica Cavallé en su libro El coraje de ser, que recomiendo.

El dolor no es bueno ni malo. No purifica ni construye. Pero nosotros decidimos qué significa el dolor. Y ahí está el crecimiento. Es igual de respetable decir que tu dolor no tiene sentido que decir que lo tiene, porque ambas son expresiones de una elección. Pero proyectar la experiencia propia es peligroso. Porque el dolor puede no significar nada pero es innegable que muchas vidas se han embellecido gracias al dolor. Sin duda depende de nuestra elección, y quizá eso es lo bonito de esta vida brevísima: que somos cocreadores y podemos colaborar para que nuestra vida sea una cosa o sea la otra. El ser humano tiene esa capacidad única: somos creadores de sentido y construimos narrativas que nos ayudan a caminar existencialmente.

El dolor no es bueno ni malo y, además, es un ingrediente imprescindible de la vida, nos guste o no. En el momento en que vivimos, la posibilidad del dolor aparece a nuestro lado, igual que un cielo tropical incluye el tifón o la borrasca. La naturaleza no es nada sin el dolor. La flor, la montaña, el árbol, todo crece sufriendo cierta dosis de violencia. El dolor, quiero decir, no puede eliminarse. Si lo hacemos, eliminamos la vida. Del mismo modo que no puedo señalar la luz sin ayuda de la sombra. O amar a una persona sin la posibilidad de que esa persona elija no preferirme.

Ahora bien, si mañana me dicen «tienes un cáncer fulminante» o si se me muere alguien cercano, por ejemplo, me encontraré de nuevo balbuceando, como un bebé, me haré pedazos y no sabré qué hombre elegiré ser ni que sentido tendrá ese dolor. Solo espero que entonces, cuando venga ese acontecimiento, me dejen a solas con mi dolor los repartidores de sentido. Sí, a veces viene un dolor y nos atropella. Y uno tiene derecho a estar hecho polvo.

Esta queja, creo, es lo que interpreto que esconde el hartazgo de la columnista. Que reivindica el dolor sin autoayuda. A pelo. Y en este sentido estoy de acuerdo: basta ya de predicar que todo lo que nos pasa depende de nosotros. Que nos permitan estar mal, sufrir, pero que los que no le ven sentido alguno al dolor también dejen en paz a los que lo vemos. A los que pensamos o tenemos la experiencia de que el dolor, algo inexorable, puede ser un momento para crecer.