El corazón de María, un corazón disponible - Alfa y Omega

El corazón de María, un corazón disponible

Sábado de la 10ª semana de tiempo ordinario. Inmaculado Corazón de la Bienaventurada Virgen María / Lucas 2, 41-51

Carlos Pérez Laporta
‘Inmaculado Corazón de María’. Vidriera en la capilla de la Escuela Católica La Sainte Union en Londres, Inglaterra. Foto: Lawrence OP-

Evangelio: Lucas 2, 41-51

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de Pascua.

Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedo en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.

Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:

«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó:

«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Comentario

¿Cómo era el corazón de María? La historia de la generación de Jesús nos revela que se trata de un corazón disponible: «Hágase en mí según tu palabra». Ella quería hacer la voluntad de Dios. Pero esa disponibilidad total ante Dios no era mecánica. Su corazón no es un espacio vacío que se fue llenando automáticamente de la voluntad divina. Su corazón, como el de cualquier ser humano, vive desde el inicio la tensión propia de la libertad y de las propias imágenes. «¿Cómo será si no conozco varón?». Su corazón se hacía disponible a la voluntad de Dios en la medida en la que ella le iba cediendo el terreno de su corazón, poco a poco: «Su madre conservaba todo esto en su corazón».

Por eso, en su corazón caben también las angustias: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Esa angustia de buscar a Jesús y no encontrarlo llegará a inundar su corazón el día de su muerte. El amor de su vida es su hijo y que al mismo tiempo es su único Dios. ¿A quién iba a reclamar la vida de su hijo? Bajo la cruz, con el cadáver de su hijo entre sus manos, buscará a su hijo angustiada, entre lágrimas. Si no en ese momento, quizá más tarde, debieron resonar las mismas palabras de Jesús en su corazón que había oído aquel día en el templo: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Su hijo, que era su Dios, era Hijo del Padre. Dios con Él. Aquella frase debió reconfortarle en esos momentos de dolor, y llenarle de esperanza. Volvería a encontrarlo.