El Carmelo de Medina del Campo, donde santa Teresa de Jesús conoció a san Juan de la Cruz: «Bien puedes decir que este convento es cosa milagrosa» - Alfa y Omega

El Carmelo de Medina del Campo, donde santa Teresa de Jesús conoció a san Juan de la Cruz: «Bien puedes decir que este convento es cosa milagrosa»

Era una vieja casona destartalada, sucia y ruinosa, de paredes desvencijadas, techos caídos y tapias venidas abajo, que la abrían por mil y un butrones a las calles de la entonces populosa Medina del Campo. Un lugar casi imposible para vivir, fácil de asaltar y más peligroso que incómodo. Y, sin embargo, éste fue el lugar en el que santa Teresa de Jesús llevó a cabo su primera fundación fuera de Ávila, en el que conoció a un jovencísimo san Juan de la Cruz, y del que partió con él para fundar el primer Carmelo masculino. Un convento del que el mismo Señor dijo a la santa, en visión mística, que era cosa milagrosa

José Antonio Méndez
Corredor y patio del convento, hoy llamados ‘de la santa’.

Como cada mes de agosto, Medina del Campo bulle entre comerciantes, artesanos, músicos, cómicos de la legua, clérigos, borrachos y pícaros castellanos, llegados a la villa por las fiestas de la Asunción. Corre el año 1567. Ya muy entrada la noche del día 14, entre perdularios y vagamundos, una bandada de sombras pardas recorren a toda prisa sus calles. Son un grupo de frailes y de monjas que van cargados con mil y un aparejos, con algún que otro cajón de madera y varios tapices, paños sagrados, manteles de misa y todos los útiles necesarios y propios para celebrar la Eucaristía y exponer el Santo Sacramento. La premura de sus carreras no se debe sólo al temor de ser asaltados por los tunantes que los increpan entre flatulencias e hipidos de beodo, ni tampoco al vergonzoso espectáculo que darían si los alguaciles los sorprenden a esas horas de la madrugada y con tan extraña carga; ni siquiera al temor de toparse con los toros bravos que unos ganaderos conducen como pueden para ser corridos en el encierro de las fiestas. No. Esa extraña compañía eclesial corre porque una monja pequeña y vivaz los apremia y alienta a llevar a cabo una empresa increíble, que han de realizar antes del amanecer: levantar un monasterio -de clausura, para más señas- en el que se pueda celebrar la Eucaristía y exponer a Jesús Sacramentado, en un lugar en el que otros no ven sino una casa solariega que amenaza ruinas, llena de polvo y desconchones, con los tejados vencidos, una huerta mal cuidada y unas tapias que, aquí y allá, están derruidas y permiten el paso a cualquier intruso. La monja responde al nombre de Teresa de Jesús y, a sus 52 años, está a punto de fundar el primer monasterio de la reforma carmelitana fuera de Ávila.

La historia de aquella noche, y de cuantas sucedieron después, acaba de quedar brillantemente recogida en el pequeño libro Santa Teresa en Medina del Campo, que la escritora doña Asun Aguirrezábal, una de las mayores divulgadora teresianas de España, ha publicado en la editorial Monte Carmelo.

‘Encuentro de santa Teresa y san Juan’, en Duruelo.

Una historia digna de ser contada

Este episodio de la vida de la santa es digno de ser contado, entre otras cosas por la trascendencia que tuvo el convento de Medina en la historia de la Iglesia: no sólo fue el primer Carmelo teresiano fundado fuera de Ávila y del que Teresa salió para llevar a cabo otras fundaciones en Castilla y Andalucía, sino que, en su locutorio, tuvo lugar «el encuentro de la futura santa, la mística, la escritora, la fundadora y la gran mujer, junto al gran santo, místico, poeta universal, san Juan de la Cruz. Ambos serán para la Iglesia dos figuras imprescindibles y Medina del Campo los ha reunido», como explica Aguirrezábal en sus páginas. De hecho, fue en Medina donde Teresa de Jesús gestó la reforma del Carmelo masculino de la mano de fray Antonio de Heredia y de un jovencísimo fray Juan de la Cruz, a quienes acompañó hasta Duruelo para fundar el primer Carmelo reformado para varones.

Además, las penalidades que tuvo que pasar la primera comunidad de Medina fueron tantas que la propia Teresa dudó de que fuese deseo de Dios esa fundación, y de «si era ilusión lo que en la oración había entendido, que no era la menor pena, sino la mayor; porque me daba grandísimo temor si me había de engañar el demonio». Años más tarde, la santa tuvo un coloquio místico con Cristo, en el que, con esa llaneza tan típica de ella, le reprochó dolida: «En Medina no me hablaste». Ocasión que, según dejó escrito, el Señor aprovechó para aclarar su parecer: «Bien puedes decir que la fundación de este convento fue cosa milagrosa». Cosa milagrosa que, 446 años después, sigue dando frutos de santidad.

Un relato del siglo XVI, para lectores del siglo XXI

Desde las primeras páginas de Santa Teresa en Medina del Campo (ed. Monte Carmelo), su autora, doña Asunción Aguirrezábal, «invita a sus lectores a enrolarnos en la variopinta caravana de carmelitas pioneras, de capellanes, prelados y carreteros que promueven la fundación», con «un relato único y apasionante, que nos permite el oteo de panoramas, episodios y personajes del Siglo de Oro, desde nuestro lejano punto de mira del siglo XXI», como explica el padre Tomás Álvarez, carmelita, en el prólogo. La obra será presentada el lunes, 16 de diciembre, a las 19 h. en el santuario de Schönstatt de la calle Serrano, 97, en Madrid, por don César Nombela, ex Presidente del CSIC, y por el sacerdote Javier Alonso Sandoica.