El cardenal Rouco, en la canonización de sor Cándida María de Jesús: Una nueva santa española
En Jesús todo lo tenemos. Una nueva santa española, Sor Cándida María de Jesús, en las huellas de santa Teresa de Jesús: así titula el cardenal Antonio María Rouco, arzobispo de Madrid, su exhortación pastoral de la semana, en la que escribe:
El Santo Padre Benedicto XVI ha canonizado a una hija de la Iglesia que peregrina en España, sor Cándida María de Jesús, fundadora de las Hijas de Jesús (1845-1912). ¡Una nueva santa española que viene a sumarse a ese espléndido retablo de las santas de España que comienza a alzarse con las mártires de los primeros siglos de la época hispano-romana y que en Teresa de Jesús alcanza una de sus cimas más altas! El más profundo y auténtico secreto de esa santidad, vivida heroicamente y testimoniada con obras de una caridad sin límites, es Jesús: ¡Jesucristo! Es el amor esponsal a Jesús, que se enciende en esas almas femeninas con una radicalidad espiritual limpia y fecunda. Lo que explica esas biografías fascinantes de unas vidas santas, sumamente ricas en rasgos y en frutos de la mejor humanidad, es Él. «En Jesús todo lo tenemos», les decía la madre Cándida a sus hijas y a todos a los que llegaba su mirada y sus gestos de madre y educadora excepcional de niñas y jóvenes necesitadas de la gracia de Dios y de los bienes más básicos para llevar una vida digna en este mundo. ¡Era su lema de mujer apostólicamente entregada y comprometida con la misión de la Iglesia, y de fundadora de una congregación extendida, ya en la primera mitad del siglo XX, por cuatro continentes! Un bello lema, en el que parecían, y parecen, resonar de nuevo aquellas enamoradas palabras de Teresa de Jesús: «¿Qué más queremos que un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe de sí».
Resulta providencial que el acto de canonización de la madre Cándida María de Jesús tenga lugar en Roma el 17 de octubre, dos días después de la fiesta de Santa Teresa de Jesús. Parece como si se actualizase una de las lecciones más vivas, más ricas y más hermosas de la mejor tradición de la espiritualidad de la Iglesia en la España de todos los tiempos, muy especialmente de la España moderna y contemporánea. Porque, verdaderamente, de lo que se trata en la experiencia de la vida, comprendida y realizada cristianamente, es el de saber plantearla y vivirla a partir de la afirmación intelectual y existencial, clara y perseverante, de que todo lo tenemos en Jesús. Sí, de eso de trata: de conocer a Jesucristo en toda la verdad de su Persona y de su obra salvadora. Conocimiento de Jesús, sólo posible a la luz de la fe, que permite a la razón descubrir en su historia quién es Jesucristo en toda la profundidad de su personalidad divina y en el significado redentor y santificador de su vida, pasión, muerte y resurrección. ¡Qué bien y qué bellamente lo expresaba la santa de Ávila!: «Veis aquí mi corazón, / yo le pongo en vuestra palma: / mi cuerpo, mi vida y mi alma, / mis entrañas y afición. / Dulce Esposo y Redención, / pues por vuestra me ofrecí; / ¿qué mandáis hacer de mí?».
Cuando a la hora de su muerte le preguntan a la madre Cándida si quiere recibir a Jesús sacramentado por última vez, contestará: «¿Cómo? ¿Que si quiero? ¡No una, sino mil veces si pudiera!».
La clave
Encontrar a Jesús y darnos a Él con todo lo que somos, existimos y vivimos, es la clave no sólo para toda vida personal, si quiere ser salvada en el tiempo y más allá de él; sino también para la fecundidad pastoral y misionera de la acción de la Iglesia hacia dentro de sí misma y en la historia del mundo. Por ello, cuando la tempestad arrecia —o los tiempos son recios—, el Señor elige y enriquece a algunos de sus hijos y de sus hijas con carismas extraordinarios, que siempre giran en torno a una fórmula de vivir mejor y más actualizadamente el amor a Cristo y de vivir del amor de Cristo. Santa Teresa, ¡Teresa de Jesús! y su carisma de Carmelo reformado fue una parte esencial de la verdadera renovación de la Iglesia en medio de las turbulencias de su siglo, el siglo XVI, atribulado doctrinal y disciplinarmente por la reforma protestante. La reforma católica que cuaja en lo que Hubert Jedin, el mejor maestro de la historia de la Iglesia en ese siglo, llama das Wunder von Trient —el milagro de Trento—, se comprende en sus frutos de santidad y de evangelización del Nuevo Mundo por el amor apasionado a Jesucristo que renace en aquellos momentos dramáticos con nuevo ardor entre los mejores hijos e hijas de la Iglesia. El carisma de santa Cándida María de Jesús es la historia heroica de tantos maestros y testigos de la caridad de Cristo llevada al corazón de una sociedad tentada y rendida tantas veces a la autodivinización del hombre y a la consiguiente explotación del prójimo, como fue la sociedad moderna y postmoderna de los dos últimos siglos. Sin ese pléyade de santos y mártires insignes contemporáneos, resultaría inexplicable lo mejor de la historia del Concilio Vaticano II y del Postconcilio. No es extraño, pues, que Benedicto XVI, al proseguir la admirable empresa de la evangelización de los jóvenes, emprendida por su predecesor, el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, con su gozoso y contagioso entusiasmo, haya centrado el proyecto y el objetivo de la próxima JMJ 2011 en que los jóvenes de esta hora de la Iglesia y de la Humanidad se encuentren verdaderamente con Cristo: le conozcan, se dejen fascinar por Él y le amen. Con una consecuencia clara y apremiante para todos nosotros: ¡preparémonos para un nuevo tiempo en que enraicemos y edifiquemos nuestras vidas en Cristo ¡firmes en la fe!