El cambio de Gobierno crea tensión en Pakistán - Alfa y Omega

El cambio de Gobierno crea tensión en Pakistán

El ex primer ministro Imran Khan tuvo una relación ambigua con los islamistas, pero propició avances en la aplicación de la ley antiblasfemia

María Martínez López
Movilización a favor de Khan en Peshawar, el pasado 13 de abril. Foto: AFP / Abdul Majeed.

Paul Bhatti no celebra que su partido vuelva a estar en el Gobierno de Pakistán. Quien fue ministro de Minorías entre 2011 y 2013, tras el asesinato de su hermano Shahbaz a manos de islamistas, considera «muy peligrosa» la situación que se ha creado tras la moción de censura del 10 de abril contra el primer ministro, Imran Khan, y la formación el 19 de un nuevo Gobierno, liderado por Shehbaz Sharif y compuesto sobre todo por miembros del partido de este, la Liga Musulmana de Pakistán (PML-N, por sus siglas en inglés) y del de Bhatti, Partido Popular de Pakistán (PPP).

El cambio «ha creado agitación». El hecho de que estos partidos, y otros, muy diferentes entre sí, hayan unido fuerzas «sin una ideología común transmite la impresión de que es una venganza personal». Khan hizo bandera de la lucha contra la corrupción entre los clanes familiares del establishment político del país. Ahora uno de ellos, Sharif, es su sucesor y en el Consejo de Ministros hay otros políticos acusados.

Khan, exjugador de críquet, ha respondido con la dimisión de todos los parlamentarios y una oleada de movilizaciones. «Mucha gente ha aceptado su relato de que Occidente está detrás de su salida». Esto, unido a un Gobierno con «demasiados cocineros», puede alimentar un clima de enfrentamientos hasta las elecciones de 2023. «Algunos temen una guerra civil». En sus mensajes, Khan apela incluso a la cuestión religiosa. Una estrategia arriesgada, ya que si este mensaje cala y aviva el conflicto, «traerá problemas para todos». Y, como siempre, «sufrirán más las minorías».

Sharif durante una ceremonia el 12 de abril, tras su nombramiento. Foto: Reuters / Pid.

Bhatti, afincado en Italia, lamenta que haya terminado así un mandato que «empezó muy bien». No oculta su «aprecio como persona» hacia Khan, que «al principio era liberal y vino a traer cambios». Algo difícil en una «sociedad tan compleja como la pakistaní, entre el fanatismo, el elevado analfabetismo, las minorías… Es muy difícil trabajar limpiamente». A pesar de que cree que tenía buenas intenciones, el ex primer ministro «encontró muchos obstáculos, y tengo la impresión de que se dejó influir demasiado por algunos líderes religiosos».

Así, convirtió casi en un eslogan la creación de un Estado islámico de bienestar a la imagen de la sociedad creada por Mahoma en la ciudad árabe de Medina, presentada como un ideal de justicia social. A los radicales del partido Tehreek-e-Labbaik, minoritario pero especialista en convocar grandes movilizaciones violentas, lo mismo intentaba ilegalizarlos que pactaba con ellos.

Más seguridad

«No alzó la voz por las minorías, salvo en diciembre del año pasado». Tras el linchamiento de un inmigrante cristiano de Sri Lanka, Priyantha Kumara Diyawadana, acusado por sus compañeros de blasfemia, Khan habló de un crimen «horrible» y de un «día de vergüenza» para el país. También prometió que los culpables serían castigados con todo el peso de la ley. La semana pasada, la Corte Antiterrorista de Lahore condenó a seis personas a muerte y a otras nueve a cadena perpetua por los hechos.

Aunque la sentencia llega después de la destitución de Khan, es en el ámbito de la seguridad y la justicia en el que Bhatti valora más la labor del ex primer ministro. A pesar de cierta connivencia con los radicales, durante su mandato se han dado pasos positivos a nivel «práctico»: la anulación de la condena a muerte de Asia Bibi, su salida del país a pesar de las protestas islamistas, el descenso de incidentes violentos y de acusaciones de blasfemia, y el apoyo de las Fuerzas de Seguridad a algunos acusados.

El exministro de Minorías explica que el PPP es el partido que más ha promovido reformas a favor de cristianos e hindúes. De la PML no espera mucho. «Nunca han hecho nada contra las minorías, ni a favor»; salvo darles ministerios relevantes en el pasado. Con el ambiente político actual es difícil que se logre algo. Pero, por si acaso, enumera sus propuestas: que «la esfera pública no se mezcle con la de la fe»; que los representantes de las minorías en las instituciones «sean elegidos» por estas y no «seleccionados» desde arriba; que la ley no permita ninguna movilización «contra la Constitución y los derechos humanos»; que la educación «subraye los valores comunes a todas las religiones», y combatir el crecimiento descontrolado de una población que, «sin comida ni educación, fácilmente se vuelve extremista».

Contra el trabajo infantil

Uno de los últimos actos del Gobierno de Imran Khan fue la concesión del Premio Sitara-e-Shujaat al valor a Iqbal Masih, el niño cristiano que había sido esclavo en una fábrica de alfombras y fue asesinado en 1995, a los 12 años. «Es el reconocimiento más elevado» del país, concedido a «gente que muere en la guerra o casos similares», celebra Ehsan Ullah Khan, fundador del Frente de Liberación del Trabajo Forzado, la entidad que logró su libertad.

Por ejemplo, a partir de ahora los militares y policías tendrán que cuadrarse ante las imágenes de él. Algo especialmente significativo, cuando en los 27 años transcurridos desde el asesinato «el Gobierno decía que en realidad Iqbal no era un niño, que no había trabajado en una fábrica de alfombras y que murió en una disputa personal», o incluso a manos del propio Ullah Khan. Una campaña en la que ha participado casi toda la familia del niño, salvo su madre.

«Ahora su nombre está limpio, pero el mío no». De hecho, «la industria de fabricación de alfombras» ha arremetido de nuevo contra él. En el exilio desde poco después de la muerte del niño, en su país pende sobre él una denuncia por «alta traición, que acarrea la pena capital». También se cerraron 250 colegios de su organización, en los que recibieron educación 12.000 niños como Masih. «Quiero volver a Pakistán, trabajar allí y liberar niños». Hay trabajo, lamenta. «Cuando me fui, ningún niño trabajaba en una fábrica de ladrillos». Ahora, una investigación ha revelado que vuelven a ser un millón. «Es como un virus». Y no hay voluntad para acabar con él porque «el 94 % de los políticos» tiene vínculos con la esclavitud infantil.

De momento, Ullah Khan se centra en lo que puede hacer en Occidente. Ahora está pasando dos meses en España. Pide que «los productos que proceden del trabajo infantil sean declarados como similares a las drogas» y prohibidos. También que «cada objeto tenga un código que se pueda escanear y te diga dónde lo han fabricado y quién». Hasta entonces, propone «comprar a fabricantes locales». Su principal objetivo es concienciar a los consumidores. «Los políticos los seguirán, porque también son votantes».