Se estrena la última película de Fernando León de Aranoa. Todos los países tienen su director pepito grillo, su izquierdista de cabecera que recuerda al mundo las lacras del capitalismo, lacras que desgraciadamente no necesitamos que nos recuerden, por ser de sobra evidentes. Los ingleses cuentan con Ken Loach, los franceses con Robert Guediguian, los griegos con Costa-Gavras. Nosotros tenemos a Fernando León. El más cargante es Costa-Gavras, pero los demás —con sus más y sus menos— transpiran en sus propuestas antropológicas un involuntario humanismo cristiano. Fernando León, a pesar de su trayectoria irregular, nos ha dejado grandes películas como Los lunes al sol, Princesas o Amador. Este cineasta, descubierto por los Querejeta —padre e hija—, tiene un gran talento como director y a menudo acierta con historias que tienen algo que decirnos.
El caso presente trata de un empresario, el señor Blanco (Javier Bardem), que fabrica balanzas. Es un hombre ambiguo. Tiene buen talante, es cordial y parece que sus empleados están contentos. Sin embargo, hay mucho de hipocresía en su carácter paternalista. Lo único que le interesa es su empresa, y todo lo demás, incluidas sus relaciones personales, está supeditado a su máximo interés. Su empresa ha quedado finalista de un premio a la excelencia que concede el Gobierno regional. Pero hay algo que puede echar a perder esa oportunidad: un empleado despedido por un ERE ha decidido dar la batalla pública contra el empresario. Por otra parte, a medida que Blanco va conociendo las circunstancias de sus empleados, trata de influir en ellas conforme a sus intereses. Sorprendentemente, se encuentra con que no todos están dispuestos a bailar a su compás.
La película se mueve cómodamente entre la comedia y el drama, y es una crítica despiadada contra los abusos de poder. Cuando alguien tiene una parcela de poder no controlado, emergen tentaciones de doblegar la realidad al servicio de los propios deseos. Fernando León da especial importancia al tema del uso del poder del empresario para acceder a relaciones sexuales con sus becarias, aunque también deja clara la aceptación voluntaria de las mismas por parte de las chicas. Pero Blanco también trata de manipular a la prensa, al alcalde, y, sobre todo, a sus empleados y familiares.
El punto más duro del filme llega cuando ese abuso de poder llega a exigir todo del otro, hasta el riesgo de la propia vida. En ese sentido, el personaje de Celso Bugallo es el único que le duele sin paliativos al espectador, el único que no tiene un lado cómico, solo trágico. Es la quintaesencia del paria, del alienado, del sometido, del neoesclavo. Y que, por si fuera poco, vive agradecido. Pero infeliz. El plano final de la película lo es todo. Es la mejor representación cinematográfica de la sentencia evangélica: «¿De qué te sirve ganar el mundo entero si te pierdes a ti mismo?». Pero en ese plano se esconde una esperanza: en el señor Blanco aún no se ha extinguido el ascua de su humanidad.
Fernando León de Aranoa
España
2021
Comedia
+12 años