El barniz religioso - Alfa y Omega

El barniz religioso

Martes de la 34ª semana del tiempo ordinario / Lucas 21, 5-11

Carlos Pérez Laporta
Maqueta del Jerusalén bíblico del jardín del Hotel Holyland en Jerusalén. Foto: Juan R. Cuadra.

Evangelio: Lucas 21, 5-11

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra caliza y exvotos, Jesús les dijo:

«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».

Ellos le preguntaron:

«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».

Él dijo:

«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».

Entonces les decía:

«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo».

Comentario

Jesús nos dice hoy: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Es cierto que Jesús lo dijo respecto de la calidad de los materiales con los que Herodes el Grande había mejorado el templo en mitad de la invasión romana. La inteligencia política de las obras es fascinante: los romanos no solo permitían vivir su religiosidad a los judíos, sino que incluso la exaltaban; bajo el Imperio los judíos podían estar satisfechos de su templo. Con ello, en el fondo, los romanos por medio de Herodes conseguían mundanizar su piedad: con ese templo su religiosidad se veía ya cumplida en este mundo. Por eso Jesús les advierte: no es eso lo que les pide su corazón, porque el templo también caerá.

Y nosotros no andamos lejos de eso. Si somos sinceros reconoceremos que consagramos nuestros mayores esfuerzos a conseguir cosas, que sacrificamos nuestra vida por un modo determinado de vivir y por una carrera profesional. Pero a eso le damos un barniz religioso. Porque todo esto lo hacemos entre rezos y junto al máximo cumplimiento de la ley moral. Pero si inquiriésemos a nuestro corazón con una sinceridad rabiosa, ¿quién de nosotros tiene la certeza de estar sirviendo a Dios con su quehacer cotidiano? ¿Quién trabaja para el Reino de Dios? ¿Quién está en diálogo con Dios en todo lo que hace? La distinción entre «las cosas moralmente buenas» y «las cosas realmente de Dios» es externamente milimétrica, pero en lo profundo las separa un abismo. La diferencia la marca la presencia real de Dios.