El archivero que recuperó el Canto de la Sibila en la catedral de Barcelona
En el Día Internacional de los Archivos, recordamos la figura de Josep Baucell, que trabajó durante más de 50 años en el archivo de esta catedral catalana, donde realizó importante descubrimientos. Estuvo al pie del cañón hasta hace unas semanas, cuando falleció
Dice el refrán que no hay mal que por bien no venga. Y pareciera tener razón la sabiduría popular cuando nos acercamos a la figura de Josep Baucells, fallecido hace ya unas semanas, en este Día Internacional de los Archivos, que se celebra cada 9 de junio desde 1948. Porque Baucells, con una salud ya de por sí delicada, tuvo que dejar la labor pastoral en parroquias de la archidiócesis de Barcelona, fue vicario de varias, para recluirse en el archivo de la catedral en el año 1966.
Le interesaban mucho los temas de historia y podría ser un buen colaborador del entonces archivero, Àngel Fàbrega i Grau. Juntos llevaron a cabo una labor ingente: la reorganización de todo el archivo, que había quedado muy mal tras la Guerra Civil. «Para salvarlo de la destrucción hubo que tirar por la ventana unos 45.000 pergaminos con un camión debajo que los recogía», narra Robert Baró, el actual archivero.
Fruto de todo ese trabajo, Baucells se doctoró en 1999 con una tesis que muestra la vida cotidiana de la Baja Edad Media en Barcelona. «Una bestia de cuatro volúmenes, con años y años de experiencia recogiendo documentación, que es indispensable para conocer no solo la vida de la Iglesia, sino también la de la sociedad», añade Baró.
Pero una de las grandes aportaciones de Baucells, siendo ya archivero principal, fue el descubrimiento de la documentación que explicaba cómo se representaba en la catedral de Barcelona el Canto de la Sibila, un drama litúrgico que fue prohibido por el Concilio de Trento. Según Robert Baró, Baucells lo encontró en una serie donde no tenía que haber estado y gracias a ello se pudo recuperar la música y toda la escenografía. Justo hace diez años que el coro de la catedral lo viene representando.
Ya retirado de la primera fila, Baucells siguió yendo cada día al archivo. De hecho, así lo hizo hasta el día que ingresó en el hospital. Él tenía su mesa en la sala de consulta. «Y no venía a pasar el rato. Estaba trabajando series complicadas de pergaminos en los que había errores de catalogación y en las consultas. Ayudaba muchísimo con su experiencia de más de 50 años en la casa», añade el actual archivero.
Un trabajo de fe y cultura
Durante todo este tiempo, entró en contacto con numerosas personas, entre investigadores, catedráticos y profesores de universidad. Uno de ellos le confesó a Baró en el funeral que «era la cara amable del archivo, esa persona que conoce en profundidad la documentación, te orienta, te dirige… y acaba casándote y bautizando a los críos».
Porque, concluye Baró, en el archivo también se realiza una gran labor pastoral, sobre todo, porque para entender la documentación hay que meterse en temas de liturgia, teología, Biblia…: «Los archivos hacen un trabajo de fe y cultura muy importante. Escondido, pero importante. Y condiciona el punto de vista del historiador, que no va a estar tan centrado en la política o en la economía, sino que se va a poner el foco en el contenido espiritual».
- Un códice con homilías de san Gregorio Magno. Es el libro más antiguo que hay en el archivo. Data del siglo VII y fue restaurada por la Biblioteca Apostólica Vaticana. Se encuentra en estudio.
- Misal de Santa Eulalia, del siglo XV. Incluye unas miniaturas impresionantes, de las mejores de la época en Europa.
- Además, cuenta con biblias románicas, códices mozárabes y documentación propia de la catedral como los libros de obra.