El apóstol, una vida de entrega y de servicio - Alfa y Omega

El apóstol, una vida de entrega y de servicio

Domingo de la 11ª semana de tiempo ordinario / Mateo 9, 36-10, 8

Juan Antonio Ruiz Rodrigo
Jesús y sus apóstoles. Iglesia de la Asunción de la Virgen en Vilsbiburg (Alemania). Foto: Rufus46.

Evangelio: Mateo 9, 36-10, 8

En aquel tiempo, al ver Jesús a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Llamó a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Gratis habéis recibido, dadlo gratis».

Comentario

Este Evangelio nos permite reflexionar sobre el sentido de la comunidad cristiana. Marca el inicio del segundo de los cinco grandes discursos de Jesús que forman la columna vertebral del Evangelio de Mateo, es decir, el que tiene como tema la misión de la Iglesia. Después de la introducción se abre el discurso con la institución y el envío de los doce; luego se anuncian las futuras persecuciones, que los discípulos deberán afrontar con valentía y confianza; finalmente, se indican las necesidades que surgen de la misión y la recompensa para quien da la bienvenida a los enviados. Sin embargo, el pasaje litúrgico que proclamamos contiene solo la introducción del discurso, la institución de los doce y parte de las enseñanzas que les da Jesús. Mateo representa la acción de Jesús, articulándola en dos grandes momentos: enseñanza y curación. Jesús enseña curando y cura enseñando: «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia».

Esta profunda unidad entre palabra y acción se remonta al Dios de la creación. Así, el Dios del Génesis crea de la nada con la fuerza de su Palabra y da existencia y vida a todo. El movimiento de Jesús reproduce este poder transformador de la Palabra de Dios.

En este Evangelio aparece el origen del apostolado, que se remonta a Jesús. La comunidad apostólica surge de un acto visceral de Dios: «Sintió profunda compasión por ellos». Es una expresión similar a la utilizada para indicar la reacción del padre ante la vuelta del hijo pródigo. Se refiere al adentro, a la dimensión profunda y emocional que marca la relación entre Dios y el ser humano. Este es el movimiento de Jesús. La vocación al apostolado es un don de Dios. De hecho, a Él solo se debe orar, implorar que cuide de sus ovejas. Pero también la vocación de los apóstoles debe ser considerada como un acto gratuito. Después de haber mencionado la misión conferida a los doce, el evangelista da sus nombres, llamándolos esta vez con el título de «doce apóstoles». Mateo ordena sus nombres en grupos de dos, casi para subrayar el hecho de que Jesús los envió como misioneros de dos en dos.

Mateo insiste mucho en la formación al apostolado. Todo el capítulo 10 está dedicado a la instrucción. Las enseñanzas que Jesús da a sus discípulos no tienen otra finalidad que reproducir lo que el Maestro ha dicho y hecho. Así, la autoridad para expulsar espíritus inmundos y sanar toda clase de enfermedades y dolencias no es sino la misma autoridad ya demostrada por Jesús. La autoridad del apóstol no es una autoridad ligada al poder o al prestigio, sino una vinculación cada vez más profunda y radical a la vida de Jesús. Por tanto, la misión de los doce está modelada en el ministerio de Jesús, del que son sus colaboradores. Son enviados a predicar la venida del Reino, a expulsar demonios y a sanar toda enfermedad. Además, el estilo de vida y el método misionero deben ser los del Maestro: desapego de los bienes terrenales y entrega incansable para la proclamación del Reino.

Todo el discurso de Mateo está atravesado por la idea de que el espíritu misionero es un don que Dios hace a la comunidad cristiana. Cuando la comunidad cristiana lee: «No te preocupes por cómo o qué tendrás que decir, porque se te sugerirá en ese momento lo que tendrás que decir: de hecho, no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros», debe considerar la escucha de la Palabra como la raíz primera de toda actividad misionera.

No olvidemos en la Iglesia que el discípulo de Jesús no puede ir por un camino diferente al del Maestro. Si queremos proclamar el Reino, debemos imitarlo y aspirar a ser servidores. Si evangelizar es la misión asignada a cada cristiano, servir es el estilo mediante el cual se vive la misión, el único modo de ser discípulo de Jesús. Seamos testigos de Cristo obrando como Él: sirviendo a los hermanos y viviendo la belleza de la vida cristiana, que es vida de entrega y de servicio.