El viaje del Papa a Hungría nos ha dejado una hermosa síntesis católica sobre la persona, la sociedad y la historia, especialmente incisiva para el momento que atraviesa Europa. Entresaco de sus discursos cinco grandes desafíos: el valor sagrado de cada persona, amenazado por colonizaciones como la ideología de género o el supuesto derecho al aborto; la acogida del que es diferente, del pobre, del que llama a nuestra puerta en busca de una vida digna; la paz, que requiere una mirada de justicia y de perdón, y la sabiduría de una política que trabaje por la unidad; una sana laicidad que sepa acoger y valorar la aportación de los creyentes, y la cuestión de la técnica, que no puede ser ni demonizada ni convertida en criterio de lo que se puede y no se puede hacer.
Francisco evocó la persecución comunista para recordar que, «mientras se intentaba talar el árbol de la fe, permaneció viva una Iglesia oculta pero fuerte, con la fuerza del Evangelio». Y advirtió de que, si a mediados del siglo XX la libertad estuvo amenazada, hoy también lo está, aunque sea con guante blanco, a través de un consumismo que anestesia y que seca la gratuidad, el sentido de comunidad y la belleza de crear familias que transmiten la vida. Fueron muy duras las palabras que dedicó a un «falso progreso» que lleva a marginar a quien piensa diferente en nombre de un consenso impuesto desde el poder. Por el contrario, la verdadera cultura parte del asombro y se abre al absoluto, siempre en búsqueda inquieta y constante de la verdad. Esa es, según Francisco, la verdadera alma que Europa necesita recuperar.
Significativa fue la invitación a los católicos a no encerrarse a causa de la dureza de la secularización y a evitar una rigidez que no tienen nada que ver con la fidelidad. En esta circunstancia, la Iglesia está llamada a tender un puente hacia el hombre de hoy, porque el anuncio de Cristo no puede consistir solo en la repetición del pasado. Lo que los hombres y mujeres de este tiempo esperan de nosotros, a través de sus preguntas y rebeldías, es el testimonio vivo de que, realmente, Cristo es nuestro futuro, como rezaba el lema de este hermoso viaje.