«El alcohol también enferma a la familia del que bebe»
La enfermedad del alcoholismo afecta al menos a cuatro personas alrededor de los adictos. Amigos y familiares han encontrado en Al-Anon un programa de recuperación paralelo a Alcohólicos Anónimos
«Tengo una enfermedad y me ha costado mucho entenderlo», afirma Javier, un joven de tan solo 24 años cuya ha vida ha sido duramente golpeada por el alcohol desde su adolescencia. Hoy todavía recuerda cómo «cuando me tomé mi primera copa todo se desencadenó a gran velocidad». Tras ese primer trago vinieron muchos más, y empezó a descuidar sus responsabilidades, a emborracharse a menudo y a abandonar los estudios. «Iba de mal en peor —reconoce—. Sufría y hacía sufrir a los que tenía alrededor, sobre todo a mi familia». Javier, que acaba de ofrecer en Madrid su experiencia con la adicción y con la recuperación, en la celebración de los 87 años de existencia de los grupos de Alcohólicos Anónimos, destaca que «el alcohol enferma no solo a la persona que bebe, sino a toda la familia».
«Nosotros nos empezamos a dar cuenta del problema cuando Javier tenía 14 o 15 años», recuerda en conversación con Alfa y Omega su madre, Carolina. «Pasó de ser un chico bueno y dulce a no querer levantarse ni hacer nada en familia, a empeorar con los estudios…». Al principio, sus padres pensaban que era simplemente una fase de su adolescencia, «pero estaba cada vez más agresivo y ausente», dice su madre.
Llegó una noche en la que Javier le echó valor y confesó a sus padres que necesitaba ayuda porque no podía dejar de beber, que su vida era un desastre y no tenía control de nada. Pero aún no había tocado fondo: ingresó en un centro de desintoxicación, «pero en una de sus recaídas nos dimos cuenta de que si él no quería salir del problema, entonces de poco le iba servir toda la ayuda que le diéramos».
Fue con esta actitud como una noche en la que Javier llegó a casa borracho sus padres no le dejaron entrar. «Nos costo muchísimo. Nuestros vecinos le veían por la calle y nos contaban lo mal que estaba». Durante dos semanas, Javier vivió y durmió en la acera, sin asearse. Eran las fiestas de su pueblo y se las pasó bebiendo y fumando sin parar, hasta que una noche, ya de madrugada, se presentó en casa llorando. «Llevo 24 horas sin consumir, necesito ayuda», clamó. Sus padres le llevaron al hospital, donde pasó dos semanas ingresado, y al poco tiempo entró en Alcohólicos Anónimos.
Paso a paso «a mi hijo le cambió el chip —dice su madre—. Terminó los estudios y empezó a hablar con nosotros de manera sencilla y serena. Y nosotros empezamos a darle más responsabilidad, a hablarle sin regañarle tanto, porque él también nos está enseñando».
El trabajo en A. A. «le ha hecho cambiar su forma de vivir y de pensar. Ahí tiene una ayuda inmensa: cuenta con un padrino, gente con experiencia, los doce pasos… Las terapias y la medicación le ayudaron en su día, pero lo que le ha salvado ha sido Alcohólicos Anónimos. Hoy está limpio y sobrio, y ha tomado las riendas de su vida. Hasta ha acabado los estudios y está trabajando».
Al igual que la de Carolina y Javier, miles de familias en España se han visto desbordadas por los problemas con la bebida de alguno de sus miembros. De hecho, según la experiencia de A. A., se estima que la enfermedad del alcohólico afecta al menos a cuatro personas de su alrededor.
Muchos de ellos se unen a otro grupo similar, que se llama Al-Anon, un programa de doce pasos paralelo al de A. A. y dirigido especialmente a las familias, para encontrar apoyo mutuo. En España está presente desde hace casi 60 años y son ya 300 los grupos extendidos por toda nuestra geografía. Juntos, familiares y amigos de alcohólicos se recuperan de una enfermedad que también les afecta.
En el caso de Miguel, el alcohol entró en su familia «ya antes de mi nacimiento», pues su padre se está recuperando en Alcohólicos Anónimos y lleva 37 años sobrio. «El alcoholismo ha afectado a toda mi familia», reconoce Miguel, que hoy da gracias «a mi Poder Superior» —el artífice de la recuperación, a quien los adictos y sus familiares atribuyen el «despertar espiritual» que les trae la sanación— porque «nunca he visto a mi padre beber».
Entre los efectos que el alcoholismo de su padre le ha causado, este joven señala que «ha afectado a mi autoestima y a mi personalidad en muchos aspectos», hasta el punto de hacerle dudar en su vida diaria «de mí mismo, de mis gustos y opiniones». Por eso, para Miguel, entrar en Al-Anon «ha sido la mejor decisión de mi vida». El programa «me ayuda en lo personal y en lo profesional», y en él ha encontrado personas «que me ofrecen escucha, comprensión y tiempo».
Así, gracias a las reuniones y al trabajo de los doce pasos, así como al apoyo constante de su padrino, tiene una vida que antes no tenía: «Ahora disfruto de un equilibrio. He aprendido a cuidarme en lo emocional, espiritual, físico e intelectual. Sé que cuanto más trabaje el programa, más voy a recibir. Si doy amor a mi entorno sin esperanzas y expectativas, me siento bien. Y a menudo, todo eso me llega de vuelta».