El mapa que el Pontífice va trazando con cada uno de sus viajes se lee en clave apostólica. En 2015 viajó a República Centroafricana, uno de los países más pobres del mundo, devastado por una guerra cainita, para inaugurar el Jubileo de la Misericordia. Y en marzo, después de casi un año de parón en seco por la pandemia, retoma su agenda internacional en uno de los más países que guarda más violencia en su historia reciente. Irak ha sido sinónimo de aniquilación durante demasiado tiempo: guerra, conflictos entre chiíes y suníes, ocupación extranjera, terrorismo yihadista… Por eso Francisco, que rehúye los aplausos y las visitas de cortesía, ha querido adentrarse en las puertas del infierno e infundir esperanza a los que lo han perdido todo. Con este viaje el Papa cumple uno de los sueños de su pontificado: viajará a Mosul, donde las heridas del Estado Islámico siguen abiertas y donde los cristianos resisten a duras penas. Será la evolución de la pandemia de coronavirus la que marque el paso de Francisco en el extranjero, pero entre los destinos que han quedado pendientes están también Malta, Chipre o Líbano.
En el plano exterior, el Papa tendrá que hacer frente a un reto logístico descomunal, pero dentro de los muros del Vaticano la batalla por la transparencia se libra sin descanso. La noticia con más eco del 2020 fue la destitución del cardenal Giovanni Angelo Becciu, implicado en la compra opaca de un lujoso edificio en Londres, que habría provocado un agujero en las cuentas del Vaticano de entre 73 y 166 millones de euros. Una prueba más de la determinación del Pontífice por limpiar su propia casa.
A finales de diciembre Francisco validó una regulación con la que redujo al mínimo el grupo de personas con competencias en el Vaticano para decidir sobre futuras inversiones y compras lo que, además de centralizar los gastos, evitará las maniobras de intermediarios financieros. A partir del 4 de febrero los fondos propios de la Secretaría de Estado del Vaticano pasarán a ser gestionados por la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA) y además se reforzarán los controles en las donaciones para el Óbolo de San Pedro.