Educar al deseo de elecciones valientes
La familia debe reflexionar sobre cómo ser signo de paz y bien en medio de las noticias de violencia a todos los niveles, también escolar
En nuestras sociedades, crece la experiencia común de que en este mundo de diferentes hemos de crear las bases para el entendimiento entre los distintos, la inclusión de los excluidos, la igualdad esencial de todos y la desaparición progresiva de las diferencias económicas insultantes; esas que suelen ser las primeras agresiones provocadoras de la gran espiral de la violencia.
La familia no es ajena a estos tiempos y debe reflexionar sobre cómo contribuir a ser signo de paz y bien en medio de las noticias de violencia a todos los niveles, también en el ámbito escolar, que nos llegan cada día.
La escucha y el testimonio son necesarios para poder transmitir credibilidad. Nuestros hijos lo primero que tienen que ver en nosotros es coherencia de vida y de mensajes. Sin grandes discursos, por ósmosis, ellos van impregnándose de esas buenas formas, del buen trato, de la misericordia, de la justicia y la caridad para que estas sean sus formas de darse a la sociedad.
Nuestra responsabilidad mayor está en saber transmitir a nuestros hijos e hijas el valor del respeto, del valor de todo hombre y mujer, independientemente de su condición. Poner en el centro de todo proceso educativo formal e informal a la persona, su valor, su dignidad, para hacer sobresalir su propia especificidad, su belleza, su singularidad. Y, al mismo tiempo, su capacidad de relacionarse con los demás y con la realidad que la rodea, rechazando esos estilos de vida que favorecen la difusión de la cultura del descarte.
Que su lema sea la misericordia, el respeto y la ayuda desinteresada a los que pasan por situaciones de mayor fragilidad. Que sean personas que anuncian y denuncian las injusticias sin miedo al qué dirán. Que siempre prime en nuestros hijos la justicia frente a la intolerancia y la agresividad.
«Creemos que la educación es una de las formas más efectivas de humanizar el mundo y la historia». Con estas palabras, el Papa Francisco nos animó el 15 de octubre de 2020 a los que participábamos en el Pacto Mundial sobre la Educación. Y, en febrero de 2024, nos decía a los educadores católicos en España: «La educación es, ante todo, un acto de esperanza en quienes tenemos delante […], en sus posibilidades de cambiar y contribuir a la renovación de la sociedad».
Esto nos lleva a un elemento crucial: familia y escuela tienen que ir de la mano. Son aliadas en la educación. La alianza entre ambas permite transmitir conocimientos y valores humanos y espirituales. La escuela no nos sustituye a los padres, sino que nos complementa; necesita de nosotros y no puede alcanzar sus objetivos sin un diálogo constructivo. Los padres y madres siempre tendremos un papel fundamental como «protagonistas y primeros impulsores» de la educación de nuestros hijos, pero tenemos que ser humildes y reconocer que es una tarea que requiere también «la ayuda de toda la sociedad», empezando por el colegio.
Esta sinergia es una oportunidad para promover una educación integral y ayudarlos a entender que ellos son el futuro que va a garantizar la construcción de un mundo más humano y asegurar su dimensión espiritual, ya que «las convicciones religiosas sobre el sentido sagrado de la vida humana nos permiten “reconocer los valores fundamentales de la humanidad común, valores en nombre de los cuales podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto de voces diferentes forme un canto noble y armonioso”» (Fratelli tutti). Importante es también la función pedagógica del tiempo, dado que «la educación no termina con el fin de la escuela: sus efectos se manifiestan a lo largo de toda la vida».
Familia y escuela, se deben convertir, realmente, en una «escuela de vida» capaz de permitir a nuestros hijos afrontar un mundo difícil, pero iluminado por la esperanza: una esperanza fundada en las promesas de Cristo que no defrauda.