Educación cívica en el aula - Alfa y Omega

En un contexto social de gran polarización como el actual, los colegios deberían educar buenos ciudadanos, además, por supuesto, de impartir Lengua o Matemáticas. Pero, ¿cómo lograrlo? ¿Las asignaturas de educación para la ciudadanía o de civismo son la solución a este tema? ¿Qué papel puede jugar realmente la escuela en este campo?

Empecemos dejando algunas cosas claras. Ya Aristóteles advertía que el hombre es un ser político (o cívico) y la historia se empeña cada vez más en demostrar que esta dimensión social de la persona es fundamental. Basta revisar el famoso estudio longitudinal de Harvard en el que se señala la calidad de los vínculos interpersonales como factor determinante de la felicidad.

¿No debería entonces la educación ayudar a la persona en esta dimensión política y social? Claro que sí. A fin de cuentas, todo acto educativo, si es auténtico, se dirige a la persona en la totalidad de sus dimensiones y, por lo tanto, contribuirá al desarrollo de la educación cívica. ¿Tiene sentido entonces una asignatura sobre civismo? Es incuestionable que puede ayudar, pero en realidad la educación cívica de los estudiantes está en juego todo el tiempo.

Pensemos en el siguiente escenario: una clase en donde no hay disciplina, en la que todos hablan sin orden y sin escucharse, no hay puntualidad, no hay consecuencias por incumplir con los deberes. ¿Esto ayuda a la educación cívica? ¿O más bien la perjudica? Planteemos el escenario contrario: una clase donde el docente busca el verdadero desarrollo de todos, donde hay proyectos en equipo, diálogo y todas las opiniones son importantes. ¿No es esto una forma de civismo? ¿No sería razonable pensar que esto contribuye a que el día de mañana los estudiantes lleguen a ser buenos ciudadanos, responsables con su comunidad y su entorno?

La escuela, desde su rol subsidiario en la educación, no es una simple simulación de la realidad o una burbuja donde se evita el contacto con todo lo demás. La escuela es más bien una sociedad en miniatura y lo que se vive en ella va moldeando a los estudiantes y puede contribuir o no a su educación cívica.

En la escuela encontramos estructuras similares a las que se ven en un país: existe una autoridad, hay normas de convivencia, variedad de visiones, personas de todas las edades y características, hay conflictos, simpatías y antipatías, sumisión y rebeldía. No sería descabellado pensar que la manera en que los estudiantes vivan todo esto en la escuela anticipa cómo lo vivirán más adelante como adultos.

Entonces, ¿qué podemos hacer para que la escuela contribuya a la educación cívica de sus estudiantes? No es solo una cuestión de llenar los colegios de actividades o responsabilidad únicamente de la asignatura de civismo. Más bien, la clave está en cómo entendemos lo que es la escuela y cómo se vive en ella. Aquí se enumeran algunas de las formas en las que vemos el colegio y cómo estas pueden fomentar una buena educación cívica:

1. La escuela como espacio de participación. Creemos en la importancia de la participación, un valor fundamental de la educación cívica. Un centro en donde todos asumen algún grado de responsabilidad puede ser una herramienta eficaz para fomentar la participación ciudadana.

2. La escuela como oportunidad para interiorizar valores. La escuela puede ser el lugar ideal para aprender y practicar valores como el respeto, la comprensión, la honestidad y la justicia. Pero, ¿qué pasará en el futuro con el alumno que está acostumbrado a hacer trampa, a no respetar a sus compañeros, que incumple constantemente los códigos disciplinarios?

3. La escuela como respuesta a necesidades sociales. La escuela puede convertirse en una plataforma que ofrezca respuestas a las necesidades sociales actuales. Puede utilizar metodologías como el aprendizaje-servicio (APS) e incluir actividades de participación social para enseñar a los alumnos a involucrarse en proyectos que mejoren la vida de los demás.

4. La escuela como comunidad. El centro educativo está formado por relaciones: la relación maestro-alumno, la relación alumno-alumno y la relación alumno-institución. Estas relaciones son fundamentales en los procesos educativos y pueden ayudar a los estudiantes a comprender su papel dentro de una comunidad que les trasciende.

¿Cómo lograr entonces que las próximas generaciones sean buenas ciudadanas? Con la educación. Una educación que toma en cuenta a la persona en su totalidad (también en su dimensión relacional), que fomenta la participación, inculca valores y responde a necesidades sociales. Una educación así será una auténtica educación cívica. A fin de cuentas, una educación de calidad se corresponde con un alto nivel de civismo en una sociedad.