Don Javier Prades, en el Meeting de Rímini. El hombre, más allá de sí mismo - Alfa y Omega

Don Javier Prades, en el Meeting de Rímini. El hombre, más allá de sí mismo

«Para encontrarse verdaderamente a sí mismo, el hombre debe volver a reconocerse criatura, dependiente de Dios», dijo Benedicto XVI en su Mensaje a los participantes en el meeting de Rímini, celebrado del 19 al 25 de agosto. Por naturaleza, el hombre es relación con el infinito era el lema elegido para esta 33 edición del Meeting para la amistad entre los pueblos, que cada año organiza, en el norte de Italia, el movimiento Comunión y Liberación. Don Javier Prades, Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid, fue el encargado de explicar el sentido del lema. En este artículo, resume la tercera parte de su intervención

Javier María Prades López
Un momento de la intervención de don Javier Prades en el Meeting de Rímini.

El primer signo de la relación con el infinito inscrita en nuestra propia naturaleza es la afirmación de ser «uno en cuerpo y alma» (Gaudium et spes, 14). Esta afirmación, decisiva para formular la verdad de la fe cristiana, hoy se ve expuesta a una crítica frontal. En efecto, la mentalidad dominante suele afirmar que el hombre se explica exhaustivamente desde la materia. Nadie puede negar que en el hombre existe una dimensión corporal y una mental, pero en vez de respetar la dualidad de los elementos en juego y aceptar el desafío que plantea el enigma de su unidad, no faltan teorías que resuelven en falso esa unidad dual simplemente negando uno de los dos polos. Si en otras épocas de la Historia pudo haber reducciones de tipo espiritualista que eliminaban el valor del cuerpo, hoy prevalecen las teorías que prescinden de la dimensión espiritual. Así, el enigma no se resuelve, simplemente se disuelve.

Respecto de nuestro tema, estas teorías implican una enmienda a la totalidad: la relación con el infinito, reconocible por los síntomas que hemos descrito (la nostalgia, las preguntas últimas, etc.), sería el puro resultado de los factores de tipo psicológico, biológico, químico o físico que concurren en su producción. En última instancia, serían fenómenos de tipo material. Por eso, hoy se habla de una concepción naturalista del hombre, en la que la mente se reduce a cerebro entendido como órgano neurobiológico. Según la famosa fórmula de Crick: «No eres más que un montón de neuronas».

Meeting de Rímini 2012. El testimonio de lo humano

Son numerosas las conferencias, testimonios, exposiciones, conciertos y actividades culturales y deportivas que se generan cada año en esta pequeña ciudad del Adriático por iniciativa del movimiento Comunión y Liberación. En esta última edición del Meeting, por ejemplo, se ha podido escuchar al arzobispo de Jos (Nigeria) hablar sobre la violencia religiosa que ataca a los cristianos en su país; o visitar una exposición sobre Jerome Lejeune, el padre de la genética moderna; o asistir a una mesa redonda sobre el sida y escuchar al doctor Carlo Perno: «No se acabará con el sida si no se cambia el corazón del hombre»; o compartir el legado de Dostoyevski que ha dejado la profesora Kasatkina: «Es la idea de Crimen y castigo: que cambiando uno mismo cambia el mundo, y que el hombre no debería hacer nada más que esto»; o redescubrir el discurso del Papa en Ratisbona de la mano del cardenal Rouco Varela; o conocer por qué el rock n’roll es, en realidad, una búsqueda del Infinito… Todo, porque a fin de cuentas no se trata de obligar a nadie a encontrar la verdad. Como afirmó don Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, «no se trata de construir una hegemonía política, sino de ofrecer un testimonio». Y eso es, precisamente, lo que hace el Meeting cada verano.

Estas teorías se apoyan en un prejuicio que podemos formular así: los avances científicos obligan a excluir la existencia del espíritu en el hombre. En efecto, se dice que con el método de análisis científico no se consigue detectar la realidad espiritual, y que por lo tanto ésta no existe. Es una primera reducción del ámbito de lo real y de su conocimiento, que no se pone en discusión. El único conocimiento humano sería el científico. En cambio, si se evitan estos abusos metodológicos, creemos que el mundo de la ciencia ofrece hoy posibilidades, no exentas de dificultades, para un diálogo fecundo. En este sentido, el punto de contacto real entre el hombre corriente, el filósofo, el científico y el teólogo es el interés por el conocimiento del yo y por su libertad.

Cuando nos encontramos con este tipo de objeciones, ¿qué podemos decir? La primera sorpresa es que una posición puramente materialista no consigue dar razón de la singularidad del cuerpo humano. Las ciencias antropológicas muestran que es distinto del cuerpo de los animales, precisamente por ser el cuerpo de un ser espiritual. Las teorías materialistas no consiguen dar razón de la singularidad del cuerpo del hombre. Más bien, al contrario, se suelen divulgar experimentos que muestran cómo algún animal ha reproducido algún aspecto de alguna actividad espiritual del hombre. Ante la pregunta que se plantea sobre si se puede, o se podrá, reproducir todas las características propias de un ser viviente espiritual, Spaemann contesta que la pregunta decisiva, en cambio, es esta otra: ¿Qué significa ser un murciélago? Eso no lo sabemos y no lo sabremos nunca, porque no tenemos alma de murciélago, no somos murciélagos. Pero si lo fuéramos ya no seríamos nosotros, sino murciélagos, y no sabríamos lo que es ser un hombre. Y no sabríamos tampoco lo que es ser un murciélago, porque con toda probabilidad pertenece al ser del murciélago no poder reflexionar sobre lo que es.

Fenómenos

El cientifismo materialista no logra explicar el cuerpo, y menos todavía los fenómenos mentales. Los científicos más ecuánimes confiesan que la explicación de esa articulación entre procesos materiales y espirituales resulta misteriosa y que se está muy lejos de haberle dado respuesta científica, si es que la ciencia podrá intentar alguna vez ofrecerla. En cambio, lo que sí resulta absurdo es pretender que, a partir del conocimiento neurobiológico del cerebro, se alcance la realidad misma de los bienes espirituales inmateriales. Spaemann señala que es imposible que en un cerebro se puedan leer las notas de un cuarteto de cuerda de Mozart o el cálculo infinitesimal. El conocimiento y la libertad son fenómenos espirituales, inmateriales, que no constan de partes, y que resultan inaccesibles para un método que pretenda reducirlos a pura realidad material.

Una voluntaria explica la exposición Es Cristo quien vive en ti, dedicada a la figura de Dostoyevski.

Son de apreciar las corrientes de la neurociencia que no reducen el conocimiento científico a lo que surge de los experimentos. Según esta última postura, llamada perspectiva de 3ª persona, el científico observa los objetos externos, según un método que sería la máxima garantía de comunicabilidad universal. Por eso, para la perspectiva de 3ª persona, todo lo que no se pudiera examinar de ese modo quedaría al margen de la ciencia. Sin embargo, hoy se tiende a aceptar la perspectiva de 1ª persona, en la que se tiene en cuenta lo que el sujeto dice de sí mismo, sus percepciones, sentimientos y emociones. Cabe incluso ir más allá, para sostener que en toda observación científica lo que no es inmediatamente evidente de por sí para la razón de un hombre son los datos del experimento. En el microscopio o en el telescopio se ven formas, manchas, colores que son interpretados por el investigador, que presupone otros conocimientos, incluyendo muchos no científicos. Lo que sí es evidente, en cambio, es la conciencia inmediata del investigador ante lo que está haciendo (sabe que está midiendo, sabe que está calculando), así como la inmediatez con la que está presente a sí mismo.

Una búsqueda fascinante

Lo dicho hasta ahora no minusvalora los avances científicos que nos muestran la sorprendente interacción de los procesos materiales con los espirituales. El hombre no es un espíritu angélico, sino que vive en la íntima unión y distinción de alma y cuerpo. Es aquí, desde dentro del ámbito científico, donde vemos renacer las preguntas: ¿cómo es posible que, contando sólo con elementos materiales que no tienen conciencia, pueda existir conciencia?; ¿qué es entonces el hombre? A partir de estas preguntas se abre la cuestión fascinante de la capacidad de la ciencia para alcanzar la verdad y preguntarse por el fundamento de su conocimiento, que no es sólo científico. La ciencia es una actividad espiritual del hombre que no puede renunciar a preguntarse por los fundamentos últimos de la verdad que alcanza con seguridad. A través de ese camino, la ciencia se abre a la colaboración interdisciplinar con otros conocimientos, de tipo filosófico y teológico, que permiten retomar esas preguntas desvelando en ellas una radicalidad que las convierte en preguntas últimas.

Debemos sacar las consecuencias de lo dicho. Una explicación del hombre de tipo materialista no consigue dar cuenta de su enigma. Reducido a términos puramente materiales, el hombre se convierte en un hecho aleatorio y vano. Nadie puede atestiguar su necesidad ni garantizar el poder de su razón para alcanzar la verdad. Si la condición humana pierde su carácter espiritual, se reduce a un puro factum, a un dato neurobiológico, al modo de un sofisticado mecanismo cibernético. En ese caso, el hombre no puede asegurarse a partir de sí mismo un sentido propio. La mera contingencia experimental no puede fundamentar la razón. Éste es, a mi juicio, el diagnóstico decisivo: la razón cientifista, que reduce indebidamente al hombre a pura materia, no logra dar razón de su sentido. La actividad racional del hombre no sería nada más que la mirada inmóvil de una cosa, de un sujeto, o más bien de un objeto, que se ignora a sí mismo.