Dominik Heinrich: «Acabar con el hambre no es algo utópico»
El Programa Mundial de Alimentos, galardonado con el Nobel de la Paz 2020, estima que la COVID-19 podría duplicar este año la cifra de personas abocadas a pasar hambre, llegando a los 270 millones. Hablamos con su director de Innovación, Dominik Heinrich
¿Qué estaba haciendo cuando recibió la noticia del Nobel?
Estaba trabajando. Y el teléfono empezó a sonar sin parar. Este premio es, sobre todo, una llamada de atención al mundo para que nadie se olvide de la batalla contra el hambre. Solos no podemos, y esto está en línea con el mensaje del Papa en Fratelli tutti.
Dominik Heinrich lleva más de 20 años luchando contra el hambre. Actualmente es el Director de Innovación del PMA, el departamento que pone en práctica nuevas ideas y proyectos piloto para alimentar al mundo. Antes fue el director regional de la agencia internacional en el Líbano, el país con el mayor número de refugiados del mundo.
La erradicación del hambre es uno de los objetivos sostenibles de la agenda de la ONU y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) es el principal instrumento para ejecutarlo. ¿Qué posibilidades reales hay de alcanzar el hambre cero?
Si los conflictos continúan no habrá ninguna posibilidad de alcanzar el hambre cero, pero basta llevar un poco de paz a esas zonas rojas para que esto avance. Son 77 millones las personas que pasan hambre por culpa de la guerra en 22 países. Acabar con el hambre no es algo utópico, es factible. Es vergonzoso que tengamos que seguir lidiando con la pobreza, porque contamos con todas las soluciones para arreglarlo. Tenemos las mejores tecnologías y hemos demostrado que podemos cumplir grandes objetivos. Hace 200 años, el 90 % de la población pasaba hambre; hoy es solo el 10 %. La mayoría de ellos ha sufrido alguna calamidad climática o una guerra. Si no nos empuja el sentido humanitario o el amor al prójimo, basta pensar que, a largo plazo, los conflictos o la migración en masa no convienen a nadie. Acabar con el hambre puede parecer caro, pero es barato comparado con el coste de no tener paz y desarrollo.
La humanidad ha cumplido gestas imposibles, pero el hambre sigue siendo el desafío que más escuece. La propia FAO calcula que 690 millones de personas pasaron hambre en 2019, 60 millones más que hace cinco años. Y todo ha empeorado con la COVID-19. ¿Por qué ocurre esto?
Hay tres causas fundamentales: los conflictos, el cambio climático y las crisis económicas. En diez de los 13 países donde actuamos hay guerra. Yemen, Siria, Congo, Afganistán… son territorios donde el conflicto provoca que el número de personas que sufren hambre aumente cada día. Hay otras consecuencias, como la migración de masas; familias enteras son forzadas a abandonar su país y no tienen acceso a alimentos. La pandemia de COVID-19 ha exacerbado esta situación. La moneda oficial de muchos países en vías de desarrollo se ha devaluado, y las cadenas de suministro alimentario se han interrumpido por el cierre de fronteras.
9 % apróximadamente de la población mundial pasa hambre a diario, según el PMA
25,9 % de la población mundial no tienen garantizado el acceso regular a alimentos nutritivos y con suficiente carga calórica
381 millones de asiáticos encabezan la lista de población que pasa más hambre
250 millones de africanos colocan al continente en segundo lugar
¿Quiénes son las personas más vulnerables al hambre a causa de la pandemia?
En esta fase de la pandemia las personas que trabajan en negro, en los sectores de la economía informal, también aquí en Europa, son las que más posibilidades tienen de caer en el círculo del hambre. El problema es que estas personas acaban por vender sus instrumentos de trabajo para sobrevivir. Como, por ejemplo, una modista que vende su máquina de coser para poder comer. Aquí es donde tenemos que intervenir. Ayudamos a los países a desarrollar diques de seguridad para estas personas.
¿Cómo consiguen trabajar en condiciones de guerra?
En territorios como Sudán del Sur, Yemen, Somalia o el norte de Nigeria tenemos equipos que operan dentro del país para llevar el suministro alimentario a pesar de las contiendas. Movemos cerca de cuatro millones de toneladas de alimentos al año. Es un desafío logístico que logramos gracias a una flota de 90 aviones, 50 barcos, más de 5.000 camiones… Pero además, desde hace cinco años también inyectamos dinero líquido directamente en la economía local. Lo hacemos a través de tarjetas de débito que entregamos a las familias para que puedan comprar bienes de primera necesidad en tiendas seleccionadas por nosotros. Además de ampliar el abanico de alimentos que se pueden adquirir, logramos mover la economía local. Con este sistema moderno manejamos un volumen de negocio de más de 2.000 millones de dólares al año, que podemos asegurar a través de los 100 bancos más grandes del mundo. Para que no haya engaños usamos sistemas de tecnología punta muy sofisticados, como la lectura de las huellas dactilares.
El desperdicio alimentario está cifrado en torno a 750.000 millones de euros al año. Para conseguir el hambre cero servirían 260.000 millones en un año, asegura Heinrich. «Una cifra que no llega ni siquiera a un tercio de lo que se malgasta». Los pasos que hay que cumplir pasan no solo por suministrar directamente alimentos, sino también por «el desarrollo de las cadenas alimentarias locales, con el apoyo a los pequeños agricultores, tecnología e innovación».
¿Qué podemos hacer nosotros?
El coronavirus ha puesto de rodillas al sistema de solidaridad internacional. Los países donantes están concentrando su potencial en frenar la hemorragia económica en su propio territorio y robusteciendo sus sistemas de salud. Algo entendible, pero esto ha hecho que las donaciones para los habitantes de las regiones más pobres del planeta hayan casi desaparecido. La aplicación Share the meal se puede descargar tanto en sistemas Android como en Apple para que cualquiera pueda hacer una donación privada. No podemos pensar que el PMA es la solución mágica. Nosotros actuamos donde el correcto suministro de alimentos falla. Por eso, el sector privado también está llamado a incluir sus operaciones en los circuitos económicos de los países en conflicto. Esto ayudará a mitigarlos, porque las guerras encuentran el caldo de cultivo ideal en contextos donde la esperanza de desarrollo es mínima.