Doctrina social de la Iglesia en las batallas del día a día - Alfa y Omega

Doctrina social de la Iglesia en las batallas del día a día

Fiel al legado de su familia, Luis Hernando de Larramendi dedicó su vida a difundirla, especialmente entre los empresarios

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El pasado viernes, 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, falleció en Madrid a los 69 años de edad Luis Hernando de Larramendi Martínez, presidente de la Fundación Ignacio Larramendi, una entidad volcada en la cultura y que colabora desde hace años con este semanario. También era vicepresidente de la Fundación Mapfre y consejero de la aseguradora que su padre, Ignacio Hernando de Larramendi, convirtió en una multinacional sin renunciar nunca a los valores cristianos.

«Allá por los años 70, cuando quería trabajar en su despacho en el edificio de paseo de Recoletos, 25, para que las secretarias pudieran decir en que no estaba y no tuvieran que mentir, cogía sus papeles y se iba a una mesa del aledaño Café Gijón», recordaba él mismo hace unos meses en una conversación con Alfa y Omega al hilo del centenario del nacimiento del refundador de Mapfre. Fiel al legado de su familia y a la fe católica que esta le transmitió, Luis Hernando de Larramendi dedicó su vida a difundir los principios de la doctrina social de la Iglesia, especialmente entre los empresarios. Lo hizo en sus distintos puestos como abogado y en la aseguradora, pero también en Acción Social Empresarial (ASE), que presidió de 2013 a 2021.

A menudo, en distintos foros, sacaba a colación algunas de las máximas de su padre, desde que «es indispensable ser ético para ser rentable» hasta que «no se puede hacer trampas ni con Hacienda», pasando por la importancia de «ser austero en los gastos», de «decir la verdad» o de apostar por la «transparencia» y por el «respeto a los trabajadores». En un tiempo en el que tantos parecen mirar únicamente por el propio beneficio, su ejemplo resulta más necesario que nunca. Como necesario es su recordatorio de que la doctrina social de la Iglesia no puede quedar relegada a las bibliotecas, sino que debe ser llevada por cada católico a las batallas del día a día.