Dios se ha hecho hombre - Alfa y Omega

Cuando afirmamos que Dios se ha hecho hombre, dice santo Tomás (Las razones de la fe, VI), no decimos que Dios se haya cambiado o transformado en criatura, como sucede con numerosos cuerpos en su transformación. Una naturaleza espiritual no se convierte en material, pero puede unirse a ella de alguna manera, en virtud de su poder (algo «parecido» sucede con el alma y el cuerpo del ser humano, si bien en este caso ninguna de las dos realidades son perfectamente completas en sí mismas, lo cual no es el caso de las dos naturalezas de Cristo). La naturaleza humana de Jesús es asumida por Dios, que sigue siendo lo que es, en la única persona del Verbo, del Hijo. Dios es perfecto en su naturaleza divina y nada puede añadirse a ella para completarla, de modo que resulte una tercera realidad. Dios asume en Cristo la naturaleza humana sin que la una se confunda con la otra, ni se identifiquen en una sola cosa.

En virtud del poder absoluto e infinito del Creador todo le está sometido. Por eso puede, de alguna manera, unirse a las criaturas: Dios ejerce su poder sobre las criaturas comunicándoles su ser y su obrar, de manera que está presente en todas ellas (ya hablamos de este modo de presencia «por esencia y potencia»). En la naturaleza humana de Cristo Dios se une de una manera absolutamente singular, única e incomprensible a nuestra lógica racional. Cada parte de su naturaleza humana le pertenece al Hijo de Dios, de manera que todo cuanto hace o sufre le corresponde también al Hijo único de Dios.

Aunque es cierto que la unión sustancial del cuerpo y del alma en la criatura racional es el mejor ejemplo que nos puede ayudar a entender la unión hipostática del Verbo, queda lejos de su realidad. La divinidad no se une a la naturaleza humana como una parte del compuesto, ni tampoco como si la segunda fuera la mera expresión externa y corporal de la primera. Se trata de una unión real tal que el Hijo posee realmente una naturaleza o condición humana y se puede decir hombre verdadero: posee la naturaleza divina desde toda la eternidad, la naturaleza humana cuando la asume en el tiempo.

Cuando se trata de partes esenciales, se puede decir que las dos son poseedoras y poseídas a la vez: así el alma posee un cuerpo y el cuerpo posee un alma. Como hemos visto, no es este el caso de Dios: la perfección de su naturaleza divina no permite la formación de una tercera realidad a partir de las otras dos; la realidad más eminente es la naturaleza divina, y por eso decimos que es Dios quien posee una naturaleza humana. Él es el sujeto, la hipóstasis o persona. El único Verbo engendrado por Dios, eternamente, es una persona que posee las dos naturalezas, en virtud de la Encarnación, y subsiste en ellas.

Aunque la naturaleza humana no es un accidente, sino una sustancia, no es sin embargo una hipóstasis, pues se reserva este nombre para las sustancias que no son poseídas por otra de rango superior: la mano es una sustancia particular pero no es una realidad personal (hipóstasis). La naturaleza humana de Cristo no es un accidente sino una sustancia particular, pero tampoco se la puede llamar hipostasis porque está subordinada a otra de rango superior, el Verbo de Dios.

Cristo es uno en razón de su hipóstasis o persona, pero con dos naturalezas. Cristo asume, en la persona del Verbo la naturaleza humana, pero no es la naturaleza universal o abstracta. La naturaleza divina la tiene en tanto que se identifica con la esencia divina (si bien en cuanto Hijo), pero la naturaleza humana le es atribuida como a un sujeto concreto. Dios y hombre (Cristo Jesús) remiten a dos naturalezas que son poseídas, si bien una única persona es el sujeto que las posee. Un único Dios, en Cristo, pero con dos naturalezas distintas, un sujeto o hipóstasis al que se atribuyen las características (comunicación de idiomas) de ambas condiciones: las propiedades divinas y humanas son atribuidas indistintamente a la misma hipóstasis. Así podemos decir que Dios nace de la Virgen en razón de su naturaleza humana, o que el hombre Cristo Jesús es eterno y uno con el Padre, en razón de la divina.