«Dios merece mucha más adoración» - Alfa y Omega

«Dios merece mucha más adoración»

Dublín acoge, hasta el domingo, el 50 Congreso Eucarístico Internacional, en cuya clausura se emitirá un videomensaje del Papa. La tragedia de los abusos sexuales en Irlanda está muy presente en el Congreso, del que se espera un impulso regenerador

Ricardo Benjumea
El cardenal Ouellet, en la Misa inaugural del Congreso.

La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros es el lema de este Congreso Eucarístico Internacional, tomado de uno de los principales documentos del Concilio Vaticano II, la Constitución Lumen gentium. Es el Congreso Eucarístico Internacional número 50, y su celebración coincide con el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, referente continuo en las sesiones del Congreso.

Hace 80 años, la primera vez que Dublín acogió un Congreso Eucarístico Internacional, participaron más de un millón de personas, la cuarta parte de la población irlandesa. En contraste, el pasado domingo, en la apertura del segundo Congreso Internacional que se celebra en la capital irlandesa, no fue una mala cifra la de alrededor de 20 mil personas en la Misa inaugural, presidida por el Legado del Papa, el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos.

¿Qué ha cambiado en estas décadas? El presidente del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales, monseñor Piero Marini, explica a Radio Vaticano, desde Dublín, que estos Congresos tuvieron gran tirón popular desde finales del siglo XIX, frente al anticlericalismo de algunos Estados y los intentos de «contraposición entre la Iglesia y la sociedad civil», con la consiguiente pretensión de recluir la fe en las sacristías. Desde el Concilio Vaticano II, los Congresos Eucarísticos Internacionales se celebran cada cuatro años, alternativamente en Europa y en una ciudad fuera de Europa. En este tiempo, ha ido perfilándose una nueva misión para ellos, volcada ahora decididamente en la nueva evangelización, explica monseñor Marini. Y esa nueva evangelización comienza por explicar y resaltar la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia.

El cardenal Ouellet, como arzobispo de Quebec, fue el anfitrión del último Congreso Eucarístico Internacional, en 2008. «Sé por mi propia experiencia —dijo el domingo— que un acontecimiento así trae muchas bendiciones a la Iglesia local y a todos sus participantes». Esta vez, sin embargo, el gran reto no es sólo el secularismo en la sociedad, como hace cuatro años, en Canadá. «La Iglesia en Irlanda está sufriendo», reconoció el cardenal, en alusión al escándalo de abusos sexuales, muchos de los cuales se produjeron hace ya varias décadas, aunque sólo recientemente se han conocido. Estos sucesos han sido el detonante de divisiones dentro de la Iglesia.

La apertura del Congreso Eucarístico tuvo muy presente esas heridas abiertas, que se añaden a la dura situación económica y social que atraviesa el país. El arzobispo de Dublín, monseñor Diarmuid Martin, bendijo una piedra de granito con una oración escrita por una víctima de abusos: «Señor, sentimos mucho lo que algunos de nosotros hicieron a tus niños», comienza el texto. Y el obispo de Meath, monseñor Michael Smith, lanzó esta pregunta, dirigida a los peregrinos, provenientes de más de 120 países: «¿Qué impresión van a llevarse al final de la semana, cuando se marchen de Irlanda? Encontrarán un país cuyo pueblo ha experimentado el dolor de cómo el crecimiento económico meteórico se convertía en polvo. Encontrarán una Iglesia cuya orgullosa historia ha sido contaminada por el escándalo y el pecado».

La clave de la esperanza y la renovación que puede aportar este Congreso a la Iglesia local reside en que lo decisivo en la Iglesia no son las virtudes humanas de los hombres que la componen, sino la presencia real de Jesucristo, como resaltó el cardenal Ouellet. Al celebrar la Eucaristía, «puede parecer a los ojos del mundo que nos reunimos por razones sociales o tradiciones religiosas, pero de hecho, somos convocados por el Señor mismo», dijo. «A estos encuentros, venimos como somos: pobres pecadores, y puede que no siempre estemos en disposición adecuada para recibir la Comunión» y «no podamos recibir la comunión sacramental», aunque siempre «podemos compartir la gracia que fluye del Cuerpo y Sangre de Cristo hacia su Cuerpo eclesial». Es fundamental, en todo caso, no perder de vista «el inconmensurable don de la Sagrada Eucaristía», concluyó el cardenal Ouellet. «Dios merece mucha más adoración y gratitud por este don de amor».