Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él - Alfa y Omega

Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él

Miércoles de la 2ª semana de Pascua / Juan 3, 16‐21

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Juan 3, 16‐21

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

Comentario

Todo el que «no se acerca a la luz» para evitar «verse acusado por sus obras» se sume en la oscuridad. «Creían que se mantendrían ocultos con sus secretos pecados bajo el oscuro velo del olvido», dice el libro de la Sabiduría (17, 3). Piensan que así se libran del peso de sus pecados, si no los reconocen. Pero ocurre todo lo contrario: «ellos para sí mismos eran más pesados que las tinieblas» (Sb 17, 21). Porque el peso de los pecados no desaparece en la oscuridad, sino que lo carga el mismo hombre. El que no descarga su pecado sobre Dios carga con el peso del juicio: «el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído».

Porque «Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él», cuando «la luz vino al mundo». Porque la luz del mundo, lo que da sentido al mundo y lo ilumina, es el Amor de Dios. Y esa luz que es el Amor la hemos conocido en la cruz de Cristo por nuestros pecados. La luz del mundo es la cruz. El que «se acerca a la luz» descarga sobre Dios el propio pecado, porque cree en la misericordia de Dios. Solo quien cree que Cristo ha muerto por nuestros pecados, puede creer verdaderamente en el amor de Dios. Ese, entonces, no carga ya con sus culpas: «el que cree en él no será juzgado».