Diez meses de Córdoba a Bangassou: aventuras y desventuras de un contenedor - Alfa y Omega

Diez meses de Córdoba a Bangassou: aventuras y desventuras de un contenedor

Interminables trámites aduaneros para intentar lograr un soborno, meses de lluvia que convierten las carreteras en barrizales y averías en medio de África son algunos de los obstáculos para llevar ayuda a la República Centroafricana

María Martínez López
Llegada del último envío de ayuda humanitaria de la Fundación Bangassou
Llegada del último envío de ayuda humanitaria de la Fundación Bangassou. Foto cedida por Juan José Aguirre.

30 máquinas de coser a pedales, 200 bicicletas, diez equipos completos de placas solares con sus dispositivos de carga, congeladores y neveras que funcionan con energía solar, una máquina para carpintería. También mucho material escolar, 800 balones y equipaciones deportivas. Además de neumáticos de todo tipo y muchos repuestos para el taller de mecánica diocesano. Y, por supuesto, leche en polvo, medicamentos, 3.000 kilos de garbanzos, 1.500 de aceite de oliva (que se usa tanto para alimentación como para los sacramentos), pasta, arroz y conservas.

«Después de mandar muchos contenedores hemos experimentado qué podemos mandar y qué no. Por ejemplo los botes de tomate frito se dilatan y explotan con el calor. Imagínese cómo queda todo». Miguel Aguirre, presidente de la Fundación Bangassou, enumera el contenido del enorme contenedor que a principios de febrero llegó a la diócesis del mismo nombre en República Centroafricana cargado con ayuda para 500.000 personas. Este sábado, la organización celebrará su comida anual para seguir recaudando fondos para hacer otro envío, previsiblemente en octubre. El obispo de Bangassou, hermano del presidente y presidente honorario, Juan José Aguirre, participará.

Sin embargo, llenar el contenedor es solo el primer paso. El que llegó hace unas semanas salió de Córdoba, donde tiene su sede la fundación, en abril. Toda una epopeya que empieza cuando «lo cerramos aquí con todos los precintos y candados y mandamos las llaves a Juanjo». Es decir, que no se abren hasta que lo recibe él. «Hasta ahora han llegado todos sin problema», subraya Miguel Aguirre.

Mes y medio de espera

Desde Córdoba, el contenedor va a Algeciras, donde embarca en un navío portacontenedores hasta Duala, la ciudad más grande de Camerún. A casi 2.000 kilómetros de Bangassou, «es el puerto más cercano». El trayecto por mar dura unos 20 días; que, en realidad, se transforman en dos meses. «Hay muchos barcos esperando desembarcar», entre ellos multitud «que traen mercancía china». La espera para descargar se prolonga 20 días y pasar por la aduana, otros tantos.

Habitualmente Juan José Aguirre «contrataba un transitario», una especie de intermediario, «que iba a Duala para ir haciendo todos los trámites para sacar los contenedores» y contratar un gran camión que lleve el cargamento hasta Bangui. «Pero muchas veces había problemas». En el trasfondo de todos estaba la cultura del soborno. «Te piden muchos papeles pero es todo para que les des dinero, y Juanjo se niega. Por eso estaban dos meses en vez de uno». Esta última vez, «hemos conseguido que una empresa de España se hiciera cargo desde el punto de salida hasta Bangui», la capital centroafricana. «Ha costado un poco más pero te da tranquilidad».

De Duala hasta Bangui hay 1.400 kilómetros, que en Europa se podrían hacer en poco más de un día. En África, son casi tres semanas. «Eso, teniendo suerte», matiza el presidente de la Fundación Bangassou. A veces el camión se estropea. «Suelen ir dos personas. En ese caso, uno se queda con la carga y el otro intenta llegar haciendo autoestop hasta la ciudad más cercana. Allí pueden tener la pieza o no, y en ese caso tienen que pedirla». Cuando llega el ansiado recambio, debe volver de la misma forma.

Una vez en la capital, «hay que buscar una grúa enorme para mover los contenedores». La capital «es el final de trayecto de los camiones grandes: descargan en la sede de la Conferencia Episcopal Centroafricana». Allí, los miles de toneladas tienen que esperar durante meses porque para cuando llegan, la estación de lluvias se encuentra en pleno apogeo. «Los caminos están impracticables», apunta Miguel Aguirre. «Hay que esperar a que deje de llover y luego un mes más para que se sequen, porque si no son todos de barro y los camiones se hunden». Este año la espera duró incluso más, pues «las lluvias se prolongaron hasta finales de noviembre».

700 kilómetros de pistas de tierra

La última etapa del viaje comienza «a principios de año», cuando Juan José Aguirre viaja a Bangui para participar en encuentros de la Conferencia Episcopal Centroafricana. Entonces «aprovecha para contratar a los camioneros», explica su hermano. Además del envío desde España, llevarán «otras compras que hace él: cemento, chapas de zinc y muchas otras cosas que necesitan».

El obispo ha conseguido que le eximan de las tasas de importación. «Argumenta que todo es ayuda humanitaria para la población y para la construcción de escuelas y centros de salud que tendría que hacer el Gobierno». Eso sí, al final del trayecto los agentes de aduanas deben inspeccionar los camiones «y sí hacen su pequeña mordida: se contentan con una máquina de coser o una bicicleta».

Esta última vez, hicieron falta dos camiones para llevar todo a Bangassou. «Uno lo cargamos en exceso y se estropeó dos veces por el camino». Es el tramo más complicado. «Son 90 kilómetros de carretera y 700 de pistas de tierra con socavones y desniveles», explica el presidente de la fundación. Eso, a pesar de tratarse de un ramal de una de las principales carreteras trasafricanas; «de lo mejor que hay» en el continente.

En cualquier caso, si las cosas salen así Miguel Aguirre se da por satisfecho: «El envío anterior tardó un mes y medio. Salió en abril y llegó a finales de octubre del año siguiente», narra. «Fue recién pasada la pandemia y había mucho atasco. Estuvo seis meses antes de que lo descargaran en el puerto».