Diez años de Ecclesia in Europa. Sin esperanza, no hay Europa - Alfa y Omega

Diez años de Ecclesia in Europa. Sin esperanza, no hay Europa

Sólo sobre la esperanza que brota de la fe se puede construir un proyecto duradero. Ante el clima de desconfianza y descontento hacia la Unión Europea, los obispos del continente han retomado esta idea de la exhortación post-sinodal Ecclesia in Europa, del Beato Juan Pablo II, de cuya publicación se cumplen diez años

María Martínez López
Niños en Polonia ondean la bandera de la Unión Europea, tras la adhesión de 10 nuevos miembros, el 1 de mayo de 2004.

Cuando, en 2003, el Beato Juan Pablo II animó a Europa a buscar en el Evangelio «la esperanza firme y duradera a la que aspiras», sus palabras se dirigían a una Unión Europea que preparaba su Constitución y donde imperaba el optimismo. El panorama actual de crisis, desconfianza y desprestigio de las instituciones europeas muestran lo frágiles que eran los cimientos de una Unión que, en su fallida Constitución, renegaba de sus raíces cristianas.

Diez años después de Ecclesia in Europa, los obispos europeos han propuesto de nuevo, durante varias iniciativas celebradas la semana pasada, esa verdadera esperanza que nace de la fe, y sin la cual no se construye nada duradero. En el Encuentro de Secretarios Generales de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), celebrado en Varsovia, monseñor Duarte da Cunha, su secretario general, afirmó que «nadie piensa que sea posible vivir sin esperanza», pero el hombre debe decidir si pone su esperanza «en una visión mecanicista y jurídica de la economía, incapaz de dar origen a una sociedad humana viva», o en el «amor gratuito», que destruye los egoísmos.

Ejemplo de esta esperanza son los santos y Beatos de los que se ha hablado en la Semana por la esperanza convocada, en Bruselas, por la Comisión de Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE). Entre ellos, se encuentran mártires como el Beato Popieluszko o los trapenses de Tibhirine (Argelia). Su entrega total en situaciones muy adversas es, en palabras de Juan Pablo II, «encarnación suprema del Evangelio de la esperanza».

En este ambiente, quizá sean los recién llegados quienes sean un impulso hacia esta nueva esperanza. Así se lo pidió a Croacia monseñor Dominique Mamberti, en una Misa de acción de gracias por la incorporación del país a la UE: «Si una tarea tiene hoy Croacia, es reavivar en Europa la conciencia de las raíces cristianas mediante el testimonio de los valores de los que ella misma es portadora».

Falta de esperanza

En el debate actual sobre la situación económica y política en Europa, raras veces se habla de las raíces espirituales; en cambio, se habla sobre todo de cuestiones financieras, monetarias, legislativas. Si no se quiere reducir al hombre solamente a homo oeconomicus, hay que partir del presupuesto de que en la crisis actual desempeñan un cierto papel –por no decir un papel clave– problemas de otro tipo.

La Iglesia en Europa está contenta de los desarrollos tras la Segunda Guerra Mundial, que han llevado a una mayor unidad, libertad, bienestar, y justicia. La Iglesia ha contribuido a ello gracias al testimonio de tantos mártires, pero gracias también a su doctrina social, fundada en el Evangelio. Por otro parte, la Iglesia comprueba que la vida de los europeos va acompañada, desde hace decenios, por una falta de esperanza; este diagnóstico y sus consecuencias ya fueron descritas en Iglesia en Europa: «En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios, considerando al hombre como el centro absoluto. El olvido de Dios ha llevado al olvido del hombre».

Si la vida es comprendida cada vez más como vacía, se desvanece la base espiritual que hace al hombre capaz de mirar con esperanza al futuro y afrontar con valentía el presente; y entonces la gente piensa que no tiene sentido traer hijos al mundo. Esto lo hace evidente el desarrollo demográfico en Europa y el envejecimiento de su población. ¿Cómo es afrontada esta situación por la cultura política de nuestros países? En el mejor de los casos, con subvenciones financieras estatales; pero la mayoría de las veces con políticas hostiles a la familia y a la vida que llevan a un callejón sin salida, en cuyo fundamento están el relativismo moral y legal. Bajo el eslogan Se permite todo lo que no limite la libertad de cada uno, se desprecia o se ignora la ley moral, no sólo en el espacio público, sino también en el católico: basta ver cómo han sido acogidas la Humanae vitae (1968), la Domun vitae (1987) y la Evangelium vitae (1995).

Junto al nihilismo y relativismo caminan el pragmatismo y el hedonismo cínico. Donde no se cree ya en Dios, desaparece la conciencia y el sentido del pecado. ¿Qué significado puede tener, en tal situación, la confianza, sin la cual, no sólo no es posible una vida económica ordenada, sino que es imposible cualquier tipo de convivencia? Estas breves consideraciones en modo alguno quieren negar el sentido de la autonomía de la vida política y económica. También un error técnico, o consecuencias ligadas a fenómenos naturales, pueden llevar a una situación de crisis. Pero que, en la actual situación europea, la crisis espiritual no tenga un papel clave, está fuera de discusión. Sin Dios, el hombre no sabe a dónde ir, ni siquiera consigue comprender quién es. Como dijo Benedicto XVI, el humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano, por eso hoy la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica.

+ Juan Antonio Martínez Camino
De su intervención en el Encuentro de la CCEE