Honorable señor Presidente federal: Al despedirme de Austria, al final de mi peregrinación con ocasión del 850 aniversario del santuario nacional de Mariazell, repaso mentalmente con corazón agradecido estas jornadas ricas de experiencias. Siento que este país tan hermoso y sus habitantes han llegado a ser para mí aún más familiares.
Doy las gracias de corazón a mis hermanos en el episcopado y al Gobierno, así como a todos los responsables de la vida pública y, no por último, a los numerosos voluntarios que han contribuido al éxito de la organización de esta visita. Deseo a todos una abundante participación en la gracia que nos ha sido concedida durante estos días. En particular a usted, honorable señor Presidente federal, le expreso con afecto mi agradecimiento personal por las palabras que me ha dirigido en esta despedida, por haberme acompañado durante la peregrinación y por todas sus atenciones. Muchas gracias.
He podido experimentar nuevamente Mariazell como un lugar particular de gracia, un lugar que, durante estos días, nos ha atraído a todos hacia sí y nos ha fortalecido interiormente para proseguir nuestro camino. El gran número de personas que participaron con nosotros en la fiesta junto a la basílica, en la ciudad y en toda Austria, nos debe animar a mirar con María a Cristo y a afrontar llenos de confianza el camino hacia el futuro. ¡Qué bien que el viento y el mal tiempo no han podido detenernos, sino que, en el fondo, han aumentado ulteriormente nuestra alegría!
Ya al inicio, con la oración común en la plaza Am Hof, nos reunimos superando los confines nacionales y comprobamos la generosa hospitalidad de Austria, que es una de las grandes cualidades de este país. ¡Ojalá que la búsqueda de una comprensión recíproca y la formación creativa de caminos siempre nuevos para favorecer la confianza entre los hombres y los pueblos sigan inspirando la política nacional e internacional de este país! Viena, según el espíritu de su experiencia histórica y de su posición en el centro vivo de Europa, puede contribuir a ello, favoreciendo consiguientemente la penetración de los valores tradicionales del continente, impregnados de fe cristiana, en las instituciones europeas y en el ámbito de la promoción de las relaciones internacionales, interculturales e interreligiosas.
En la peregrinación de nuestra vida de vez en cuando nos detenemos, agradecidos por el camino recorrido; y, con vistas al camino que aún tenemos por delante, esperamos y rezamos. También yo hice una etapa de este tipo en la abadía de Heiligenkreuz. La tradición cultivada allí por los monjes cistercienses nos hace remontarnos a nuestras raíces, cuya fuerza y belleza provienen, en el fondo, de Dios mismo.
Hoy pude celebrar con vosotros el domingo, el día del Señor -en representación de todas las parroquias de Austria-, en la catedral de San Esteban. Así, en esta ocasión, me uní de modo particular a los fieles de todas las parroquias de Austria.
Por último, para mí un momento conmovedor fue el encuentro con los voluntarios de las organizaciones de ayuda, que en Austria son tan numerosas y variadas. Los miles de voluntarios con quienes me encontré representan a los miles y miles de compañeros que, en todo el país, con su disponibilidad a ayudar, muestran los rasgos más nobles del hombre y hacen reconocible a los creyentes el amor de Cristo.
La gratitud y la alegría colman en este momento mi corazón. A todos vosotros, que habéis seguido estas jornadas, que os habéis esforzado y trabajado tanto para que el denso programa pudiera desarrollarse sin dificultades, que habéis participado en la peregrinación y en las celebraciones con todo el corazón, va una vez más mi agradecimiento más sincero.
Al despedirme, encomiendo el presente y el futuro de este país a la intercesión de la Madre de la Gracia de Mariazell, la Magna Mater Austriae, y a todos los santos y Beatos de Austria. Juntamente con ellos queremos mirar a Cristo, nuestra vida y nuestra esperanza. Con sincero afecto os digo a vosotros y a todos un cordialísimo Dios os lo pague.