Desde La Habana. El día después - Alfa y Omega

Desde La Habana. El día después

Colaborador
Las hermanas que atienden la Nunciatura Apostólica en Cuba.

Fidel Castro, previamente, subió por detrás de la estatua de Martí, desde donde suele dirigirse a sus muchedumbres, para contemplar la plaza abarrotada de gentes que no estaban para aplaudirle a él, sino al Papa. Al ser descubierto, dio la vuelta en redondo con su numeroso séquito y desapareció. En la tribuna de prensa se oyó decir: «¡Qué gran actor…!».

Despegó el avión, y Cuba quedó en silencio. La noche caía, pero todavía tuvo tiempo Fidel para celebrar una reunión con un numeroso grupo de obispos de distintos países, con objeto de analizar la visita del Papa.

Llegó el lunes, y el martes… El cansancio no impidió que, en horas tempranas y antes de regresar a sus distintos países, se celebraran misas de acción de gracias en diversas iglesias. Masiva fue la celebrada en la iglesia de Jesús de Miramar, regentada por los padres capuchinos. Concelebraron con el cardenal de La Habana unos 20 cardenales y cerca de 80 obispos, con numerosos sacerdotes. Al salir nos acercamos al cardenal de La Habana, y nos dice:

—¡Alfa y Omega. Adelante…!

—¿Contento señor cardenal?

—Contento no, contentísimo.

—¿Logrados los objetivos?

—Hasta ahora, superadísimos.

—¿Y después?

—Seguiremos trabajando.

En las iglesias, ambiente de alegría a la vez que gran recogimiento y gratitud. Te damos gracias Señor, te damos gracias… En la Nunciatura, despedidas. Preguntamos a la hermana María Fe, que ha cuidado personalmente al Papa:

—¿Cansada y contenta, hermana?

—Muchísimo más contenta que cansada. Ha sido la mayor gracia de Dios atender al Papa y contemplar cómo todas las mañanas y todas las noches, cuando el Papa salía y entraba, grupos de gentes incansables le aclamaban con fervor. Esto era impensable en Cuba.

—Díganos algo del Papa.

—Duerme poco, reza mucho, come lo que le ponen, siempre sonríe y agradece. Tiene un corazón que no le cabe.

Queremos escuchar más a la calle. En la misa de la Plaza de la Revolución de La Habana, el Papa entregó una Biblia a diez personas que se distinguieron en la preparación espiritual del viaje, y símbolo de un Mandato evangelizador. Una joven agraciada con este regalo nos relata el largo camino recorrido durante el último año. Escuchándola, se comprende que tienen bien merecido este regalo de Dios: «No, no hemos sido nosotros, lo cierto es que después de la primera fase de visitar casa por casa, entregando libros de catequesis y el evangelio de Marcos, quien realmente despertó los corazones fue la Virgen. No hay un cubano que se resista a nuestra Patrona de la Caridad. Cuando Ella peregrinó parroquia por parroquia y familia por familia, toda la maquinaria de fe se puso en marcha».

—¿Qué es para ti esta experiencia?— Le preguntamos.

—Esto es un milagro, un Pentecostés nuevo. Ha valido la pena. Desde aquella época, en que para ingresar en la escuela o en la Universidad había que contestar si tenías o no creencias religiosas y si practicabas, hasta ver aquí al mismísimo Papa hemos tenido que hacer la travesía del desierto. En el camino, el sufrimiento nos ha madurado, nuestra fe ha crecido, sentimos la cercanía de Dios.

—Ha sido emocionante esta mañana —dice, refiriéndose a sus compañeros de trabajo—. Me han felicitado con verdadero afecto, los militantes más ortodoxos del Partido comunista estaban hoy hasta más cariñosos que nunca. Están asombrados de la figura de Juan Pablo II. Es el hombre de este siglo.

—Los católicos practicantes —continúa—, en estos años de acoso, nos hemos tenido que esforzar mucho, porque teníamos cien ojos que nos vigilaban. Sabíamos que nuestra fe, aparte de exigirnos total coherencia en nuestro actos, a costa de todos los riesgos, nos exige ser los mejores profesional y socialmente. Esto lo valoran ahora y me dicen: «Te felicitamos porque, cuando nadie se atrevía a decir si tenía o no fe, vosotros os manteníais y lo manifestábais sin rubor. Sois católicos históricos».

Otra impresión, recogida al vuelo, es que los católicos tibios y temerosos de la represión, que practican la fe a escondidas, han perdido el miedo. «Aunque no se ha publicado nada —nos dicen— se celebraron estos días dos manifestaciones. Nunca se pudo hacer esto en Cuba. Nadie nos interrumpió, los que no se unían nos aplaudían. Se ha perdido el miedo a ser católico. Vamos a trabajar más por atraer a los que aún están alejados».

Una vez más, el Papa ha jugado fuerte. Ha venido a Cuba, y este pueblo ha recuperado su protagonismo.

Rosa María Menéndez