Estimados turistas y visitantes: Bienvenidos a nuestra tierra, que también es vuestra. Disfrutemos juntos de la riqueza que ofrece el cambio de hábitat y la convivencia con otras personas. Las vacaciones estivales son siempre merecidas. Tras meses de duro trabajo, conviene salir de la rutina y olvidar los problemas cotidianos que a todos nos fatigan. Llega el momento de disfrutar de un tiempo de descanso y de tranquilidad. Dios nos anima a ello cuando leemos: Y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera.
Nosotros, en cambio, acostumbrados a continuos ruidos y ajetreos, nos hemos familiarizado tanto con la hiperactividad y el estrés, que llegamos a pensar que es algo que, irremisiblemente, hemos de padecer. Más aún, hay personas que consideran el ocio como algo negativo. Quizá no sepan estar en calma y sin trabajo. Es un error.
Dios quiere que, periódicamente, dejemos de trabajar y que nos relajemos. No somos máquinas. Somos seres humanos que necesitamos tiempo y medios adecuados para madurar como personas y como hijos de Dios.
Las vacaciones son, por otra parte, el período más propicio para realizar algo que durante el año nos agrada y no podemos hacer: leer, practicar un deporte, desarrollar un hobby… También es momento idóneo para encontrarse uno consigo mismo y con Dios. La lectura meditada de la Biblia favorece, sin reloj en mano, el incremento de la oración y la recepción más frecuente de algunos sacramentos. Sin que falten tampoco (hoy más que nunca, por la dispersión familiar) las ocasiones de estrechar lazos familiares, fortaleciendo el amor de unos miembros con otros.
En nombre propio y en de los sacerdotes y parroquias de esta diócesis, os ofrezco a todos una fraterna amistad y una cálida acogida. Con el deseo de veros en la casa del Señor, en nuestras celebraciones litúrgicas.