De vuelta al cole
Después de varios meses de verano, da pereza volver a madrugar, a estar en clase durante horas, a hacer los deberes… Pero todo esto, que nos cuesta un poco de esfuerzo, es muy importante para el futuro. Lo saben nuestros padres, que hacen muchos esfuerzos para que recibamos esa educación; los profesores, que intentan enseñarnos cada día algo nuevo; los misioneros, que trabajan para que todos los niños puedan, gracias a la educación, vivir un poco mejor. Las historias que veis en esta página, de lugares de todo el mundo, nos lo demuestran
Muchos son los obstáculos para la educación en los países pobres: las guerras, el hecho de que muchos niños trabajan para llevar dinero a casa y ayudar a sus padres… Pero el principal problema es la misma falta de recursos: no hay dinero para construir colegios, éstos son muy rudimentarios (a veces, no tienen más que cuatro paredes y un tejado), y ni los colegios ni las familias tienen dinero para comprar, a veces, ni siquiera un cuaderno o un libro. En muchos casos, son los misioneros los que se encargan de construir y mantener los colegios. Por ejemplo, en Tanzania, los misioneros espiritanos españoles José y Miguel Ángel han conseguido 2.000 pupitres y 15.000 libros para varios colegios.
Para ello, es necesaria la ayuda de los cristianos de todo el mundo. Hace poco, Obras Misionales Pontificas ha mandado un millón y medio de euros de la Infancia Misionera de España a 16 países de África, y a la India. En Burkina Faso, con parte de ese dinero van a construir un comedor en el colegio Santa Teresita del Niño Jesús, en Dori. Hasta ahora, en esta zona, en la que hace muchísimo calor, los niños tenían que comer al aire libre.
Mañana, el Papa llega al Líbano. Aunque la mayoría de la población es musulmana, el Líbano es uno de los países de Oriente Medio donde el cristianismo tiene una mayor presencia. En especial, la Iglesia hace un gran trabajo en el campo de la educación: uno de cada cinco niños, cristianos y musulmanes, va a un colegio católico. Estos colegios ofrecen buena formación, y además son de los pocos sitios donde pueden convivir y conocerse niños y profesores de distintas religiones.
Como hay barrios cristianos y barrios musulmanes, en la mayoría de los colegios públicos sólo hay niños de una religión, y esto hace que tengan miedo de los otros y que, incluso, apoyen a grupos violentos de su religión, que atacan a los demás. Por eso, muchas familias musulmanas llevan a sus hijos a colegios católicos, y cruzan toda la ciudad para que aprendan a ser amigos de todos. En uno de estos colegios, de los Padres Antoninos, Sara, que es musulmana, ha aprendido que no debes apoyar a un grupo violento aunque sea de tu religión, y que se puede ir a los barrios católicos sin que te hagan daño. Cuando sea mayor, quiere contribuir a que unos y otros dejen de tenerse miedo.
Otro problema en el Líbano es que mucha gente, sobre todo cristianos, tienen la tentación de emigrar a otros países, sobre todo cuando tienen una buena formación. Pero en los colegios católicos, aunque les dan esta formación, también les animan a quedarse en su país. Tony, compañero de Sara, ha decidido gracias a su colegio que, aunque le vaya a ir peor que en otro sitio, «voy a intentar quedarme aquí y trabajar por mi país».

En muchos lugares, los niños tienen que andar varios kilómetros para ir y volver del colegio, por carreteras y caminos bastante malos, y con mal tiempo. Por ejemplo, en las montañas de Colombia viven Alejandra, de nueve años, y sus dos hermanos, de siete y seis. Cada día tienen que andar más de una hora hasta el colegio, que está al otro lado de un valle. Para llegar, tienen que bajar una pendiente muy empinada, cruzar un río a pie y subir una colina. En invierno, el camino es muy difícil, porque llueve bastante, los caminos están llenos de barro y el río baja con mucha agua. Para que lleguen con más facilidad y más rápido, algunos días van en la tarabita que construyeron algunos vecinos para cruzar el valle: una especie de jaula de metal, que un motor empuja por un cable hasta el otro lado. Es peligroso —ir a pie también lo es—, pero a los niños les encanta este paseo por el aire. Su padre paga 1,80 euros —que allí es bastante dinero— cada día que hacen esto, y les despide así: «Cuidado al abrir la puerta al llegar. Que mi Dios y la Virgen os bendigan».

La situación en España no es tan dura como en los países del tercer mundo, pero empeora día a día, y ya hay niños que lo están pasando mal. Uno de cada cuatro niños están bajo el umbral de la pobreza, y ya desde finales del curso pasado la organización Save the Children empezó a darse cuenta de que, en algunos colegios, había niños que sólo comían una vez al día: en el comedor del colegio.
Sin llegar a estos extremos, las familias tienen cada vez más problemas. Algunos padres que llevaban a sus hijos a colegios religiosos, a pesar de hacer muchos esfuerzos, los han cambiado a uno público porque ya no podían pagar. Otros aguantan, de momento, con la ayuda del colegio y haciendo algún sacrificio. Alfonso Aguiló es director del colegio Tajamar, del barrio de Vallecas, en Madrid, donde cada vez más familias tienen problemas. Cuando esto ocurre, «buscamos la manera de que sigan en el colegio: les damos becas, les hacemos descuentos… Siempre encontramos una solución».
Y los padres también aportan su esfuerzo. A David le gusta mucho este colegio, donde lleva a sus tres hijos, y ahorra de todas las formas posibles para que sigan allí: «Este año no nos hemos ido de vacaciones, hemos estado en Madrid; y en vez de a una terraza íbamos al parque. Además, los llevamos nosotros al colegio, en vez de pagar a alguien para que lo haga. No tiramos las sobras de la comida, y no compramos ropa ni zapatos nuevos… Con esas cosas, se ahorra un montón».
«El señor que tiene la mayor naviera del Pacífico, y el médico que mejor opera de corazón de Europa, que vive en Londres, estudiaron aquí». Habla el padre Juan, fundador del colegio internado La Inmaculada. Este colegio es tan grande como una urbanización. Quienes estudian en él no son niños con mucho dinero, sino todo lo contrario. La Inmaculada está en Armenteros (Salamanca). Cuando nació el colegio, «esta zona era de las más deprimidas de España —explica el padre Juan—. Lo único que tenía esta gente para salir adelante era su cabeza».
El padre Juan empezó a trabajar para dar formación a los niños. Luego nació el colegio, con internado para ayudar también a aquellos que vivían en los pueblos cercanos. Hoy, conviven en La Inmaculada niños de la región, de toda España y hasta de 30 países de todo el mundo. Están allí porque sus padres trabajan mucho y no tienen nadie más que los cuide, y porque van mal en los estudios y allí, en el campo y con atención y cariño constante, se concentran mejor. El padre Juan lo tiene claro: «Domino a todos los muchachos porque los quiero».
Los internados suelen ser los colegios más caros porque hay que pagar la vivienda y la alimentación, pero, en La Inmaculada, la mayoría de las familias no pagan nada. El colegio sale adelante con dificultades, pero, gracias a Dios, en ningún momento falta lo necesario. La experiencia es tan buena, que muchos antiguos alumnos hacen donativos para que otros se sigan beneficiando. Y casi todos los profesores son también antiguos alumnos.

Muchos pueblos de España son tan pequeños y hay tan pocos niños, que no pueden tener un colegio. Los chicos que viven allí van a los colegios rurales agrupados. Adelaida es maestra en uno de estos colegios, en Asturias, y nos explica cómo funciona: los niños de varias aldeas, que suelen ser unos 20, se juntan en una escuela, en la que hay un aula para Infantil, y una o dos para Primaria. Estas escuelas forman el colegio rural, y los profesores de inglés, religión, educación física y música viajan de una a otra.
¿Cómo es una clase con distintos cursos juntos? «Los niños tienen que acostumbrarse a concentrarse en su trabajo mientras el maestro está con los otros, y no molestar. Cuando terminan, se entretienen solos: hay niños que se ponen a dibujar, y lo hacen muy bien; otros ayudan a los compañeros». Esta profesora cree que este tipo de colegio es bueno para los niños porque «aprenden a jugar y convivir con chicos de otras edades: dan la mano y levantan a los pequeños cuando se caen, los ayudan…».
Los niños de todo el colegio rural se juntan para las fiestas, y también para las excursiones. «Cada año hacemos una salida a una ciudad, como Oviedo o La Coruña. Vamos además a teatro para niños, o al museo minero. También hacemos siempre una excursión a la costa, porque hay niños de aquí que ven muy poco el mar».