Cuando uno se alimenta de la Eucaristía - Alfa y Omega

Cuando uno se alimenta de la Eucaristía

No cabe anteponer el interés propio al de los demás hermanos ni atacar a estos cuando uno se siente amenazado o cuestionado

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Por tercer año consecutivo, en el primer domingo de octubre, la archidiócesis de Madrid celebra el Domingo por la Comunión y esta vez lo hace con el lema Unidos. Diversos. Porque, como subraya el arzobispo de la capital, cardenal Carlos Osoro, «formamos parte del pueblo de Dios» llamado a anunciar «la salvación a todos los hombres», pero esta unidad «no se realiza en la uniformidad ni en el pensamiento único que tiende a anular las diferencias», sino en la «comunión entre diversas maneras de percibir los problemas y las soluciones».

La jornada es una invitación a volver a lo que une y a entender de verdad cómo cambia la propia vida al alimentarse de la Eucaristía, que es la «fuente y cumbre de la vida de un cristiano» en expresión rescatada por el Papa Francisco el pasado domingo en la clausura del XXVII Congreso Eucarístico Nacional de Italia. Con ella, prosiguió el Pontífice argentino en Matera, uno entiende el «desafío permanente» de adorar a Dios antes que a uno mismo, uno se descubre como «hijo amado» y así es consciente de que el valor de su vida no depende de éxitos, reconocimientos o posesiones. No cabe, por tanto, anteponer el interés propio, muchas veces por puro egoísmo, al de los demás hermanos ni atacar a estos cuando uno se siente amenazado o cuestionado.

Además de recordar «el primado de Dios» —en palabras del Papa— y la necesidad de cuidar la comunión tantas veces dañada, esta celebración de Madrid es una forma de remarcar que quien se alimenta de la Eucaristía debe salir al encuentro de otros, a fin de mostrarles el rostro amoroso de un Dios que ha dado la vida por los hombres. Es Cristo «quien se ofrece y parte por nosotros y nos pide que hagamos lo mismo, para que nuestra vida sea trigo molido y se convierta en pan que alimenta a nuestros hermanos», como dijo Francisco. Y esto ni puede ni debe olvidarlo un creyente, aunque el mundo le empuje a hacerlo a menudo.