«Cristo estaba entre nosotros»
Como no podía ser de otra forma, la JMJ fue la protagonista de la noche del viernes en Católicos y Vida Pública, la Noche Joven. Los jóvenes asistentes al congreso, y otros ajenos a él, compartieron una Hora Santa, y luego se reunieron para escuchar los testimonios de tres voluntarios permanentes de la JMJ sobre la jornada y su preparación
Para Jorge Boada, José Antonio Martínez y Alberto de Haro, la Jornada Mundial de la Juventud empezó muchos meses antes, y en unas oficinas: Jorge y José Antonio en la Secretaría General, y Alberto en Finanzas, aunque antes ya era voluntario en su parroquia. Fueron meses de mucho trabajo invisible: desde montar oficinas y «comprar bolígrafos», a atender decenas de miles de consultas por teléfono y correo electrónico, y mucho más. Para Jorge, una de las experiencias más positivas fue acoger a las diversas delegaciones que visitaban Madrid para preparar sus peregrinaciones: «Ha sido una riqueza vivir, con personas concretas, que la Iglesia es universal». Sus visitas «no sólo daban pie a resolver sus dudas, sino a hablar e intercambiar impresiones sobre cómo funcionan sus parroquias en su país, o cómo son los jóvenes allí».
Pero también había una labor hacia dentro; especialmente para José Antonio, sobre cuya espalda recaía gran parte de la coordinación de la Secretaría General en el día a día. «Mi principal preocupación —compartió— era sostener y querer a las 22 personas que tenía conmigo. Y ese afecto entrañable era posible gracias a que Cristo está en medio de nosotros. Me identifiqué mucho con lo que dijo el Papa en el encuentro con los voluntarios: el servicio acrecienta el amor».
Luego, llegó el gran evento, y, con él, una vorágine de tensión, nervios y jornadas maratonianas. «Al final —comentó Alberto—, hacías de todo: llevar peregrinos de Ifema a sus alojamientos de madrugada, mover cajas… Pero me llevo esa convivencia entre nosotros, el descubrir, mientras intentas atender con una sonrisa a los peregrinos que llegan cansados, una manzana o un bocadillo que te ha dejado un compañero porque no te ha dado tiempo a ir a comer». En el caso de José Antonio, el momento que más le impactó fue un encuentro mucho más curioso: «Uno de los días más tensos en Ifema, al llegar antes de que abrieran, vi a una señora de unos 80 años, la primera de la cola. Cuando, a las 11 de la mañana, salí de allí con el coche, ella también salía y me ofrecí a llevarla. Yo iba a lo mío, tenía un estrés tremendo y muchas cosas en la cabeza, pero le pregunté si iría a Cuatro Vientos. Me respondió: No, la mochila es para mi hija, que tiene parálisis cerebral. No se mueve de la cama, y quiere vivir la JMJ con una mochila en la mano. La labor de voluntario tenía, para mí, también una proyección profesional, por todo lo que estaba aprendiendo. Esa mujer me impactó porque vi que ahí estábamos para otra cosa: que Cristo ha muerto por nosotros, y que en el débil se manifiesta su amor».
He venido para estar juntos
Jorge pasó la JMJ en la sede de la JMJ, en la parroquia de San Juan de la Cruz. Las semanas anteriores, llegaba continuamente gente que tenía esa dirección como referencia, y se improvisó un centro de atención al peregrino. «Me impactó sobre todo un chico de Madagascar que llegó a las tres de la mañana, porque su vuelo se había retrasado. En Madagascar sólo se habla malgache y un poco de francés, pero él no hablaba francés, así que hablamos como pudimos usando el traductor de Google. Como nosotros estábamos de guardia, nos dijo: No pasa nada, paso aquí la noche con vosotros. Lo importante es que he venido a estar juntos. En los demás, he visto el Evangelio: que Jesús está vivo, ha resucitado y está en medio de nosotros. La gente lo ha podido palpar. La influencia mediática irá pasando, pero eso permanece y el gran reto es que se vaya reflejando en el día a día».
El moderador de la Noche joven fue Pedro José Rodríguez Rabadán, editor de Informativos de Telemadrid, Premio Lolo de Periodismo Joven, por su labor como presentador durante la JMJ. Pedro José aprovechó para contar cómo vivió, desde un set de televisión, la jornada. Reconoció que, «antes de la JMJ, lo pasé muy mal, me daban por todos los lados». Pero «ser un católico en la vida pública significa no tener miedo a decir lo que somos, y demostrarlo con el ejemplo. Eso da una envidia sana y se contagia», como se vio el pasado agosto y, sobre todo, en la vigilia de Cuatro Vientos. En el estudio, durante la tormenta, «todo temblaba, entraba agua, otras televisiones se fueron… Mientras, los jóvenes, cantaban y bailaban. De repente, se hace el silencio y, calados hasta los huesos, rezan de rodillas. Lo demás se había acortado, pero la adoración se alargó. Y lo retransmitimos así; ¡diez minutos de silencio en televisión!». Se hizo también el silencio por el pinganillo, «después de cuatro días de gritos. El editor, que no es creyente, me dijo: Tengo los pelos de punta. Ni en un estadio, cuando ha muerto alguien, se consigue que 70.000 personas guarden un solo minuto de silencio. Esa imagen es la que quedará». Esa misma noche, una de las personas con las que había tenido problemas, «me llamó para pedirme perdón».