Cristianismo y libertad - Alfa y Omega

Un reciente estudio de la multinacional Edelman muestra que crece la desconfianza hacia las instituciones y procedimientos democráticos mientras avanza una especie de envidia respecto de las soluciones expeditivas de los regímenes autocráticos, que algunos identifican con una imagen de fortaleza moral frente a las incertidumbres que proyectan las democracias. Es un tema tan apasionante como inquietante, que me lleva a preguntarme sobre la posición de los católicos al respecto.

Desde hace tiempo, los católicos experimentamos una sensación de hostilidad ambiental y acoso legislativo que conduce a algunos a un escepticismo creciente hacia el sistema democrático, en el que la erosión de sus fundamentos éticos es evidente. Una cosa es la crítica al relativismo y otra la peligrosa nostalgia de un poder político que asegure algunos valores fundamentales, y que incluso imponga una pauta cristiana de convivencia. La fascinación que ha ejercido en tiempos recientes un personaje como Vladimir Putin en algunos sectores católicos responde a esa nostalgia, y revela el extravío de esa postura. Por otra parte, la tentación de recurrir al poder, para conseguir lo que solo puede ser fruto del testimonio cristiano y de la libertad, recorre la historia.

El amor a la libertad es un rasgo esencial de la personalidad cristiana. Nunca deberíamos añorar a un líder fuerte que imponga determinados valores, por justos que sean. Esa no es la vía del Evangelio. Por el contrario, asumimos el riesgo de la libertad, el mismo riesgo que Dios ha asumido con cada uno de nosotros. Con todos sus límites e imperfecciones, el sistema democrático ofrece el espacio para el encuentro dramático entre el testimonio de la fe y la libertad de las personas. En vez de coquetear, siquiera mentalmente, con las diversas formas de autoritarismo, los católicos tenemos hoy la ardua tarea de contribuir a mejorar nuestras baqueteadas democracias. Como escribía Newman, refiriéndose a la antigüedad cristiana, «la verdad triunfó mediante el poder de la predicación», y en algunos casos «fue extirpada por el filo de la espada». Eso puede pasar, pero nunca al revés.