Corea celebra los 200 años del nacimiento de su primer sacerdote - Alfa y Omega

Corea celebra los 200 años del nacimiento de su primer sacerdote

San Andrés Kim Taegon fue «un testimonio ejemplar de fe heroica», ha dicho el Papa Francisco sobre el primer sacerdote local, martirizado en 1846

Redacción
Imagen de san Andrés Kim Taegon en la iglesia de la Inmaculada Concepción de Shangai (China). Foto: CNS

El Papa Francisco ha enviado un mensaje de felicitación por el 200 aniversario del nacimiento del primer sacerdote católico de Corea, san Andrés Kim Taegon –cuya festividad se celebra este lunes, 20 de septiembre– al que define como «un testimonio ejemplar de fe heroica».

El santo coreano fue, asimismo, «un incansable apóstol de la evangelización en tiempos difíciles, marcados por la persecución y el sufrimiento de ese pueblo», señala el Pontífice en su mensaje.

El texto del Papa fue leído en la basílica de San Pedro del Vaticano este domingo por el arzobispo surcoreano Lázaro You Heung-sik, prefecto de la Congregación para el Clero, durante la Misa conmemorativa del 200 aniversario.

Las palabras del Papa se enmarcan en los intentos de la Iglesia en Corea del Sur por conseguir la paz entre las dos Coreas. Concretamente, la diócesis de Daejeon inició una campaña para promover conversaciones entre ambos países en noviembre del año pasado, una iniciativa que fue apoyada por la Conferencia de Obispos Católicos de Corea meses después.

Ester Palma, misionera española en Corea del Sur, explica desde el país natal del santo que «el cristianismo llevaba tan solo 37 años en Corea cuando nació Andrés. De hecho, su bisabuelo fue uno de los primeros católicos del país». En aquellos años, la fe católica «ponía en entredicho la tradición coreana de dividir la sociedad en clases sociales», por lo que los católicos debían vivir su novedosa fe a escondidas, siempre bajo la amenaza de ser detenidos y condenados a muerte.

En esas comunidades de catacumbas creció Andrés Kim, que cuando tenía 16 años fue elegido para ser sacerdote junto a otros dos compañeros. «Él era más joven y fue enviado a China para su formación. Tardaron seis meses en llegar, con todos los peligros que supuso el viaje, y él volvió diez años después ya como diácono, para iniciar con algunos jóvenes una formación sacerdotal y para recopilar información sobre los primeros mártires», dice Palma.

Al cabo de unos años viajó a Shanghái para ser ordenado sacerdote, el 17 de agosto de 1845, tras lo cual volvió a su país. Al llegar a su casa se enteró de que su padre había sido martirizado en su ausencia, y apenas un año después fue detenido. «Entre sus pertenencias le encontraron un crucifijo y una Biblia, y fue acusado de traidor a la patria y enemigo del Estado», afirma la misionera española, que revela que «durante tres meses le sometieron a numerosos interrogatorios para tratar de hacerle abjurar de su fe, pero él nunca apostató».

Finalmente, el 15 de septiembre de 1846 le condenaron a muerte, decapitándolo al día siguiente. «Sus últimas palabras antes de ser martirizado –señala Ester Palma–, ante toda la gente que se agolpó para verlo morir, fueron una declaración del amor de Dios, animando a todos a convertirse al catolicismo».