Corea: agujero negro para los cristianos
Uno de cada 10 presos en los campos de concentración de Corea del Norte está condenado por ser cristiano. Escribe el periodista Fernando de Haro, de COPE, que acaba de publicar Cristianos y leones, estremecedor repaso a la persecución a los cristianos en el mundo
Una auténtica provocación. La vida es dura para los soldados surcoreanos que están destacados cerca del paralelo 38, al borde de la frontera que separa a las dos Coreas desde la guerra del 53. Así que la pasada Navidad decidieron decorar algunos árboles e iluminarnos, en el pueblo de Aegibong, en la provincia de Gyeonggi. Aunque Aegibong está a tres kilómetros del confín con el último país estalinista del mundo, las luces eran visibles para los norcoreanos. Así que el régimen de Kim Jong Un, líder de la única dinastía comunista de la historia, joven educado en Suiza que amenaza al mundo con un conflicto nuclear, decidió que aquello era una provocación. Todo el mundo sabe lo peligroso que puede ser un árbol de Navidad, como elemento de propaganda, sobre todo si ilumina, aunque sólo sea de forma muy tímida, un país oscuro como Corea del Norte. Y más en las fechas en las que se recuerda el nacimiento de Jesús.
La oscuridad de Corea del Norte no es solo metafórica. El viajero que sobrevuela el país sabe perfectamente dónde están las fronteras. Al norte, en territorio chino, las ciudades están iluminadas, igual que en Corea del Sur. En medio se extiende un gran agujero negro.
Oscuridad, hambre, enfermedad y represión son habituales para 25 millones de norcoreanos. Se les obliga, además, a cantar con frecuencia una canción que se titula Nada que envidiar. Ése es precisamente el título de un libro de la periodista estadounidense Barbara Demick (Nothing to Envy. Ordinary Lives in North Korea). Los relatos de los que consiguen escapar del régimen refieren que el canibalismo se ha convertido en una práctica habitual en algunas provincias del norte.
«Fernando, tu artículo tiene una errata». Mi amigo Lorenzo, redactor jefe de un periódico italiano en el que escribo, dio algunas vueltas hasta decirme que la cifra de cien mil cristianos asesinados al año tenía que estar mal. «No, Lorenzo, por desgracia, la cifra es correcta», le contesté. Hay estimaciones serias que elevan el número a ciento treinta mil. Ésos son los que pierden la vida. Otros cien millones que sufren algún tipo de restricción por el mero hecho de estar bautizados.
El cristianismo es la religión más perseguida del planeta. Lo certifica una publicación tan laica como The Economist. El semanario británico, en un artículo de finales de 2011 titulado Cristianos y leones, aseguraba que «la fe más seguida en el mundo está acumulando perseguidores. Incluso los no cristianos deberían preocupase por ello».
Esos mismos testimonios, y las fotografías áreas de los servicios de inteligencia occidentales, señalan la existencia de extensos campos de concentración y de reeducación donde malviven en torno a 400.000 detenidos. Uno de cada diez de los encarcelados está privado de libertad por ser cristiano. Como los actuales laogai chinos, en los kwanlisos norcoreanos, las jornadas de trabajo son eternas. Los enfermos no reciben ningún tratamiento, uno de cada cuatro muere en menos de 12 meses. La ración de alimentos sólo incluye 20 gramos de trigo. Y no es extraño que los guardias violen o maten a los internados.
Los cristianos norcoreanos saben que en cualquier momento pueden ser recluidos en ese infierno. Pero, a pesar de todo, hay muchos bautizados que siguen fieles a su fe después de 50 años de persecución. Según Open Doors, el número de cristianos puede estar entre 100.000 y 400.000 La verdad es que no lo han tenido nada fácil en los últimos 300 años.
Los primeros conversos coreanos eran diplomáticos e intelectuales que conocieron el cristianismo en China, a través del jesuita Matteo Ricci en el siglo XVII. Al volver al país, difundieron la fe que fue reintroducida a finales del siglo XVIII. La dinastía de Jaseon, que regía los destinos de Corea en ese momento, persiguió a los bautizados que no contaron, hasta bien entrado el siglo XIX, con sacerdotes. Los mártires de esos primeros momentos hicieron posible el desarrollo de una de las comunidades más florecientes de Asia. A comienzos del siglo XX, Pyongyang era considerada la Jerusalén de Asia. En la ciudad había 3.000 iglesias. Pero la invasión japonesa de 1910 trajo de nuevo la persecución.
La World Watch List, uno de los informes más prestigiosos del mundo sobre libertad religiosa, señala que Corea del Norte es un uno de los peores países para seguir a Jesús. El Informe de la Secretaría de Estado de Estados Unidos, otro clásico en los estudios de libertad religiosa, siempre preciso en estas cuestiones, ofrece información muy poco clara. Parece que podría haber 10.000 iglesias domésticas clandestinas. Sabemos poco más. Pero sabemos lo esencial, dentro del agujero negro, hay miles de personas que se juegan la vida para rezar el padrenuestro junto a sus hermanos. No están dispuestos, a pesar de que el precio es caro, a perder la alegría de ser cristianos.
Fernando de Haro
Planeta Testimonio
2013
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