Conflicto en Malí. La yihad avanza en África - Alfa y Omega

Conflicto en Malí. La yihad avanza en África

Los ataques contra cristianos en Nigeria, el conflicto sudanés, la guerra en Malí, o el ataque terrorista en Argelia ponen en peligro la convivencia pacífica con el Islam en África subsahariana. «Los extremistas islámicos quieren barrer el cristianismo y la cultura occidental», reconoce el misionero Manuel Gallego. El siguiente paso es Europa. Mientras, la Iglesia permanece: sana las heridas y educa las conciencias

Cristina Sánchez Aguilar
Los ataques a iglesias en Nigeria son recurrentes, como éste de un coche bomba en Santa Teresa, en Suleja, el día de Navidad de 2011.

La imposición de la sharia avanza a pasos agigantados en África subsahariana. Países como Sudán, Mauritania, Níger, Nigeria, Chad, Eritrea, Burkina-Faso y ahora Malí e, incluso, Argelia en el norte, sufren las consecuencias del avance del islamismo radical, que penetró en el continente africano, hace 30 años, por el Cuerno de África y, paso a paso, va aumentando su área de influencia. «El cinturón del Sahel –desde Eritrea y Somalia hasta Mauritania– es un territorio estratégico porque, además de implantar la ley islámica, los terroristas buscan, en este territorio que cruza África y conecta con Europa, la libre circulación de armas y droga, que es el comercio del que se nutren económicamente», afirma Manuel Gallego, de la orden de los Misioneros de África, que lleva desde 1977 en Malí. «Ahora están centrados en Malí porque quieren que sea una plataforma para llegar al norte de África, y por consiguiente, a Europa», añade el misionero; «esta situación es muy grave, pero no sólo para nosotros, sino a nivel internacional, porque los extremistas islámicos quieren barrer el cristianismo y la cultura occidental».

Cierto es que, aunque la expansión de la sharia por territorio africano comenzó hace 20 años, es en la última década cuando se ha radicalizado de forma preocupante. Uno de los motivos es, según el arzobispo de Accra –Ghana–, monseñor Charles Palmer-Buckle, «que, hace dos décadas, muchos musulmanes africanos fueron a estudiar a Arabia Saudí, Egipto, Libia e Irán. Al regresar, volvieron contagiados del fundamentalismo», algo desconocido hasta entonces en el continente africano, «donde había una convivencia pacífica con el Islam».

Tropas francesas llegan a Niono el 20 de enero.

Otro de los motivos fue «el nacimiento de Al Qaeda, grupo terrorista que se afianzó tras el regreso de los combatientes argelinos a su tierra, en la década de los 90, tras la guerra de Afganistán», explica don Justo Lacunza Balda, misionero de África y Rector emérito del Instituto Pontificio de Estudios Árabes e Islámicos, de Roma. «Se han extendido como el aceite, y ahora son sus células las que operan en el resto de países, como Boko Haram en Nigeria, Ansar Dine en Malí, o el MUJAO –Movimiento para la unidad y la yihad en África occidental–, con el objetivo de controlar el petróleo, las instituciones y el Estado». Ahora toca esta zona de África, porque, en otros países, ya lo han conseguido: «Sólo hay que mirar a Egipto, con los Hermanos Musulmanes, que tras 82 años han llegado al poder y han tomado las riendas del Estado; o los partidos que han ganado las elecciones en Marruecos, Túnez, y pronto en Libia… Poco a poco, se va cumpliendo la Declaración de Guerra que firmó Al Qaeda en 1996, contra los americanos, los cruzados –los cristianos– y los judíos», recuerda Lacunza. Aunque «se están cebando con los cristianos –reconoce–, porque son considerados como sus principales enemigos», ya que es la religión mayoritaria en el continente. Sólo hay que mirar los constantes ataques terroristas a las iglesias en Nigeria, los asaltos a capillas en Tanzania y Kenia o los destrozos que los islamistas han hecho en los mausoleos y lugares de peregrinación en Somalia.

La miseria, caldo de cultivo

La miseria africana es el caldo de cultivo para los terroristas, porque para islamizar África se necesita gente, mucha gente. Pero Al Qaeda y sus células lo tienen fácil: «Pagan bien a los jóvenes para que se enrolen en sus filas», explica Manuel desde su despacho de la catedral católica de Bamako, capital maliense; «alrededor de 500 euros al mes, un sueldo formidable. La mayoría de los muchachos no tienen nada y ellos les ofrecen un trabajo y un ideal de vida», añade.

Pero no todos los musulmanes están de acuerdo con el fundamentalismo: «Hay una lucha intestina entre las diferentes facciones del Islam», reconoce Lacunza. De hecho, el diálogo y trabajo conjunto entre cristianos y musulmanes, preocupados por la radicalización de su religión, es ejemplar en países como Nigeria. Pero en momentos de tensión, como ocurre estos días en Bamako, aumentan los «conflictos en la ciudad, hasta el punto de parar a hombres con barba larga y cortársela, o denunciar a alguien por ir vestido de forma árabe. Incluso, se han llegado a matar a familias tuaregs que venían a refugiarse al sur», al creer que eran infiltrados de los rebeldes, explica Manuel.

El misionero Manuel Gallego celebra la Eucaristía en Kalana, Malí.

Más allá del conflicto, en Malí se va a necesitar «trabajar en la educación de las conciencias, para erradicar las semillas plantadas por el fundamentalismo religioso», ha declarado, en varias ocasiones antes y después del conflicto, el arzobispo de Bamako, monseñor Jean Zerbo.

Guerra abierta en Malí

Para entender por qué los terroristas islámicos se han parapetado en el norte de este país de África occidental, hay que remontarse a su historia. Los primeros rebeldes del norte fueron las tribus tuaregs, que, tras la colonización, sufrieron un mal reparto de los territorios –además de la diferencia étnica con sus compatriotas del sur–. Fue a finales de 2011 cuando tomaron más fuerza, gracias al apoyo de los que volvieron cargados de armas de la guerra en Libia. Tanta fuerza tenían, que el ejército protagonizó un golpe de Estado en marzo, tras varias semanas de protestas, por el malestar ante el manejo del Gobierno de la rebelión tuareg. Los soldados reclamaban más armamento y apoyo gubernamental para sofocar la revuelta.

Fue tras el estado de parálisis provocado por el golpe de Estado, cuando los movimientos islamistas, que habían acudido a ayudar a los tuaregs, aprovecharon para tomar las ciudades de Kidal, Gao y Tombuctú. Ante el temor de un posible avance al resto del territorio, el ejército francés –acompañado por tropas africanas– está bombardeando el norte del país desde el 11 de enero. El arzobispo de Accra, en una entrevista a Radio Vaticano, se pregunta «cuál es el verdadero propósito de la intervención francesa», y alude a una posible «recolonización», en referencia a los intereses económicos galos en la región. «Francia también intervino en Costa de Marfil, y es un país que no tendrá paz en los próximos 25 años», recuerda el arzobispo, y reconoce «estar decepcionado con las potencias occidentales», a las que no cree «defensoras de los que sufren». Pero, según el padre José Morales, provincial de los Padres Blancos que ha vivido en Malí desde los 25 años –ahora tiene 68 y está en España–, «si Francia no hubiera intervenido, ya estarían los yihadistas en Bamako destruyendo todo lo que es cristiano, cortando manos, imponiendo la sharia y comerciando con drogas». Y concluye: «Los franceses han tenido la valentía de hacer lo que los demás no hacen, porque tienen miedo a represalias».

Niñas malienses juegan con una muñeca en el campo de refugiados de Goudebou, en Burkina-Faso.

Aunque Argelia ya ha sufrido las consecuencias por «colaborar con Francia en la guerra contras los islamistas en Malí, al permitir el paso de tropas por el espacio aéreo y cerrar la fronteras con el Azawad»: así lo ha revelado la Brigada Mulazamin, encabezada por el ex dirigente de Al Qaeda en el Magreb, Mojtar Belmojtar, quien preparó el ataque a la planta de gas en In Amenas, en la que han fallecido 37 rehenes de ocho nacionalidades, y cinco más siguen desaparecidos. Según los terroristas, no será el único ataque. «Prometemos a todos los países que participan en la campaña que llevaremos a cabo más operaciones si no revierten su decisión», han señalado en un comunicado.

Misioneros: No nos vamos

Son 24 los misioneros españoles que viven su vocación en Malí. Ahora, están todos reagrupados en la capital, «por petición explícita de los obispos», señala Manuel Gallego. «En las misiones del norte se han quedado los sacerdotes y religiosas africanos, porque si los islamistas llegan a una misión, los primeros en ser asesinados somos los misioneros europeos, porque representamos el cristianismo y la cultura occidental», añade. En Bamako, reconoce que, de momento, «estamos seguros», pero las embajadas «nos piden que volvamos a Europa, porque somos un problema para el Estado. Imagina que llegan hasta la capital los rebeldes: el primer sitio donde van a atacar es una casa con 30 Padres Blancos», afirma. «Para matarnos, o para secuestrarnos. Pero no nos vamos». No es una teoría. Las últimas noticias son que los rebeldes han atacado la ciudad de Djabali, a 400 kilómetros de la capital. «Nos han contado que lo primero que hicieron al llegar a la ciudad fue atacar la iglesia e instalarse allí, mientras el catequista tuvo que huir con el Santísimo», explica la misionera valenciana Felisa Alcocer, que lleva diez años en Bamako.

Pero los misioneros en Malí, ahora, tienen más trabajo que nunca, para atender a las cerca de 400.000 personas refugiadas de los territorios del norte que buscan la paz en la capital –otros se han marchado a Níger, Burkina Faso y Mauritania–. Monseñor Zerbo ha pedido a Cáritas Internacional «apoyo, ante el nuevo período de sufrimiento que comienza para el pueblo maliense». Los refugiados ya necesitan subsanar necesidades básicas de alimentación, agua potable y antipalúdicos. También los heridos en el frente, a quienes visitaron los obispos de la Conferencia Episcopal maliense para ofrecerles consuelo moral y espiritual, necesitan atención médica y quirúrgica urgente.