Con la ropa mojada - Alfa y Omega

Stella Maris y la comunidad portuaria de PortCastelló no olvidaremos nunca aquella noche de naufragio. Fue dentro de puerto, pero no por ello menos dramático. Dos personas perdieron su vida y otra quedó gravemente afectada de por vida.

Era un viernes normal en los muelles. En nuestro centro de acogida, como es habitual, había miembros de las tripulaciones de los barcos atracados; ese día, turcos. De repente, una llamada telefónica informó de que la nave de uno de los marinos había sufrido un grave accidente.

Marta, la coordinadora del local de Stella Maris y que, entre otras tareas, suele llevar a los marinos con la furgoneta, lo acompañó hasta el sitio. La primera reacción del marino fue: «¡Mi barco ha desaparecido!». Angustia y desconcierto. Normalmente asociamos estos sucesos a alta mar. El buque, en la operación de carga, había dado la vuelta y se había quedado con la quilla al aire. La sensación era como si se hubiera esfumado. Desde la dársena no se veía apenas, solo lo que asomaba el casco en el agua.

En el lugar de la tragedia había un gran silencio, a pesar del intenso ir y venir de la gente. Marta me llamó enseguida. Me pidió acudir al muelle, porque había habido un accidente muy extraño. «Necesitamos ropa, están calados hasta los huesos», añadió. Acudimos algunos de los voluntarios. Nuestra furgoneta se convirtió en albergue. Con la ropa que pudimos recoger entre todos, ofrecimos ese primer auxilio a los supervivientes. Mientras, tensa espera. Faltaban uno de los tripulantes y un estibador. Nadie se quería mover del lugar hasta que se supieran noticias. El primero apareció al cabo de dos días, el segundo tardó más de un mes.

Los marinos, además, estaban asustados por temor a lo que les pudiera pasar. Efectivamente, se inició un largo calvario: rescate, conflictos entre aseguradoras, problemas laborales graves, repatriación… En todo momento estuvimos ahí.

Aquella ropa mojada nos acercó a tantos que sufren: inmigrantes de pateras o a la intemperie, familias que sufren desamparo. Al final, todos piden lo mismo: cobijo y justicia. Y en ese dolor aprendimos mucho, por desgracia.