Le he escuchado decir a Juan Manuel de Prada, en más de una ocasión, que literatura es contar el misterio de la vida y de lo humano…, y hacerlo bien. Hacía cinco años que Prada no salía al foro público, desde su gran novela El séptimo velo. Y vuelve ahora, en la editorial Destino, con otra novela, de casi 600 páginas, titulada Me hallará la muerte. Si literatura es lo que dice Prada, esta nueva novela suya es verdadera literatura; probablemente es lo mejor que, desde el punto de vista literario, ha escrito; y tiene mucho mérito porque, al no ser, el autor, políticamente correcto, como lo son casi todos los demás, no ha contado, ni cuenta, con el beneplácito de los palmeros siempre dispuestos a proclamar que cultura y literatura es lo que hacen y dicen ellos.
Esta novela, en realidad, son tres: la primera nace en el Madrid de 1942, que el autor refleja de manera deslumbrante. Dos maleantes se compinchan para hacer el mal. Lo hacen y el protagonista escapa alistándose en la División Azul para poner tierra de por medio. Ahí empieza la segunda novela: sobrevive a los sufrimientos más extremos y regresa al Madrid turbio de los años 50, a bordo del Semíramis: el Madrid burgués y canalla del Pasapoga, el de los cines de la Gran Vía, con películas de Rafael Gil; no el Madrid donde el corrupto tenía que esconder sus miserias, si no quería que lo señalasen por la calle, sino el Madrid en el que el corrupto se hinchaba como un pavo real exhibiendo su dinero y restregando a los demás su prosperidad, el Madrid en el que quien no era corrupto se sentía como un fracasado.
Ocho años después empieza la tercera novela, en otro Madrid peligroso y también fascinantemente descrito. Son tres historias de impostores, con todos los ingredientes, sorpresas y golpes de efecto para hacer feliz a un director de teatro o de cine. Son simulacros de vida, en los que el autor no tiene reparo alguno en bajar a lo más miserable del ser humano.
Página tras página, el ávido lector va descubriendo toda una panoplia de imposturas, suplantaciones, pecados y miserias, obsesiones sexuales incluidas, de sordidez total -el exceso de turgencias nunca favorece la esbeltez de la silueta; la de las novelas, tampoco-. Como no podía ser de otra manera, los simulacros de vida acaban en muerte. De ahí el título: Me hallará la muerte. Y hasta se adivina en alguna página algún atisbo de redención y de resurrección.
Prada siempre ha confesado que le atrae lo problemático y, convencido como está de que los males de hoy son producto del alejamiento de Dios y de la falta de sentido moral y trascendente del hombre, obliga al lector, en este friso humanísimo y atroz, a comprobar hasta dónde puede llegar el infierno de la condición humana, y lo que es capaz de regenerar la esperanza. Lo hace, formalmente, con un estilo no antiguo sino clásico, no rebuscado pero sí buscado en lo más íntimo de su espiritual troje personal -estoy seguro de que le encantará la palabra-.
Tras un largo silencio, no exento de incomprensión, ben tornato sea Prada al mundo de la gran literatura; no cabe duda de que esta novela suya es, no sé si el acontecimiento, pero desde luego sí uno de los acontecimientos literarios del año. Queda en el ánimo del lector una convicción clara: el mal genera mal; haciendo un mal jamás se puede alcanzar un bien; aunque, a veces, pueda parecer que hay excepciones y una montaña de males pueda redundar en un bien mayor; la conciencia, si es que la tienes, siempre viaja contigo; y la muerte es como un naufragio hacia dentro.
En alguna entrevista que le han hecho, con motivo de la aparición de esta novela, Juan Manuel de Prada se ha referido a lo que duele la conciencia, y ha afirmado que «la gran enfermedad moral de nuestro tiempo consiste en no discernir entre el bien y el mal». Nos daríamos todos con un canto en los dientes y otro gallo nos cantaría si todos nuestros creadores de cultura tuvieran tan claro como Juan Manuel de Prada lo esencial.
Juan Manuel de Prada
Destino
2012
592
22,50 €
