¿Cómo se conserva un sagrario del siglo XVIII? - Alfa y Omega

¿Cómo se conserva un sagrario del siglo XVIII?

Las piezas de orfebrería de iglesias y catedrales «no son meros objetos de museo», sino que se conservan para «mover a sus visitantes hacia Dios». Lo recuerdan los museólogos de la Iglesia, que se reúnen estos días en Sevilla

Begoña Aragoneses
Foto: Catedral de Sevilla.

Cada Jueves Santo, la pieza central del monumento que se prepara en la catedral de Sevilla para honrar a Jesús Sacramentado en su noche de Pasión luce de manera especial: se trata del sagrario de Valadier, una de las joyas catedralicias a la que se sigue dando uso y que, dentro de las mejoras de conservación que se han llevado a cabo recientemente en el templo, ha pasado a ocupar un lugar especial en la Sala de Ornamentos. Ana Isabel Gamero, la conservadora de Bienes Muebles de la catedral de Sevilla, explica que «se ha colocado con una vitrina en el centro de la sala para destacarlo del resto de las piezas y para poder admirar sus cuatro caras, contemplándolo en su integridad».

Luis Valadier realizó este sagrario en Roma en 1771, en oro en su exterior y chapa de plata en su interior, usando técnicas de repujado y cincelado. La pieza revela lo mejor de la platería del último tercio del siglo XVIII. Cada cara refleja un pasaje del Evangelio: la transfiguración, la oración en el huerto, el llanto sobre Cristo muerto y la cena de Emaús. Junto al sagrario, la Sala de Ornamentos muestra otras piezas «conservadas de forma modélica», en palabras de Gamero, que puntualiza que «la catedral de Sevilla es ante todo una iglesia, no un museo; las piezas que están en las vitrinas –cálices, copones, ostensorios, coronas o bandejas de plata– tiene un uso con un fin, que es mover a la adoración del Señor y la glorificación de Dios».

Foto: Catedral de Sevilla.

El sagrario de Valadier será una de las joyas patrimoniales que podrán admirar los asistentes a las Jornadas de Museólogos de la Iglesia en España, que se celebran estos días en Sevilla organizadas de manera conjunta por la Comisión Episcopal para el Patrimonio Cultural y la Asociación de Museólogos de la Iglesia (AMIE), y que este año se centran en la conservación de la platería.

«Acariciar» la plata

Dos veces al año, el sagrario de Valadier se somete a los trabajos de conservación realizados por Fernando Marmolejo, maestro orfebre de tercera generación– aunque «ya vamos por la cuarta porque mi hijo me sigue en el taller»–, que conoce a la perfección los cuidados que debe tener el patrimonio religioso y para quien su trabajo no es un trabajo, «es una pasión». Y, efectivamente, lo dice con la pasión propia de quien lleva más de 50 años, «desde los 15 que empecé», aprendiendo el oficio de las manos de su padre y de su abuelo. «Nosotros no limpiamos la plata, la acariciamos», y con esto Fernando resume la trayectoria de un apellido, Marmolejo, que lleva vinculado a la catedral de Sevilla desde hace más de 100 años. Por eso, cuando pasa por delante de reproducciones realizadas por su abuelo o por su padre, como las dos aldabas de la Puerta del Perdón, «es como si los estuviera saludando».

«Nosotros llegamos a la pieza con ganas de disfrutar», indica Fernando. «Cuando nos llaman porque hay que poner al día el sagrario de Valadier, que es una pieza de una ejecución maravillosa, vamos dando saltos porque es un privilegio». Él, que en su taller sigue usando los mismos cinceles y martillos que ya utilizaban su padre y su abuelo, reivindica el papel del maestro orfebre como transmisor de un oficio que se está perdiendo.

En el taller Marmolejo se trabaja normalmente en plata, «que, si bien no es oro, es un metal noble, que tiene luz y un valor intrínseco». Al fundirla se lamina y repuja para ir perfilando los relieves y las piezas. Fernando reconoce que actualmente «estamos vivos gracias a las hermandades», y él mismo ha «perdido la cuenta de aquellas a las que pertenezco». Asegura que es un lujo, por ejemplo, «acariciar el rostro de la Macarena con los pinceles» para que cuando salga en la Madrugá luzca como nunca y para evitar, entre otras cosas, que «la fotografía actual, que saca todo», muestre alguna mota de polvo.

El orfebre lamenta que se esté perdiendo «el valor del trabajo bien hecho, del tiempo…». «La urna de san Fernando [Fernando III el Santo, patrón de Sevilla] de la catedral, de la que nosotros somos también los conservadores, tardó en realizarse 36 años». Hoy se exigen plazos mucho más cortos y eso va en detrimento de la calidad, del programa iconográfico de las obras, que es fuente de evangelización y catequización, y, por tanto, de la «eternidad». Lo que se hace en su taller, detalla, «no es de usar y tirar». Y eso, cuando la gente lo ve, lo sabe: «Lo bueno se distingue; el turista paga con gusto –porque todo el mundo se tiene que rascar el bolsillo, si no, ¿cómo se va a mantener lustroso ese patrimonio?– porque sabe que lo que va a ver es una maravilla, y es testigo de que ese patrimonio está limpio, ordenado, preservado». Y, sobre todo, que está ante piezas que no son meros objetos de museo: se siguen usando en los actos litúrgicos, «es un patrimonio que está vivo».