Era Domingo de Ramos en uno de estos pueblos pequeñitos de la Loma. Hacía unos dos meses que habíamos despedido a Carmen, que allá en Madrid, se nos marchó por la puerta de atrás. Un hecho así deja tocados a la familia, al pueblo, a todos.
Hoy su madre llegó la primera a la iglesia. «Vengo de poner una vela a mi hija», dijo cuando se acercaba. Al poco vio venir a Javier, su nieto. «¿Qué tal va?», le preguntó Sagrario. «Pues mal. A todos nos cuesta llevarlo; y a él, más».
Ya habíamos comenzado la celebración de la Eucaristía cuando entró Javier y se sentó al lado de su abuela. Con él éramos 13. Cayo leía la lectura de Isaías 50, 4: «El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento». Entonces, al ver a Javier, me di cuenta; creo que todos sentimos todo el significado de las palabras del profeta. Hubo, quizás, algo especial en esa pequeña comunidad cuando la Palabra de Dios se nos metía en las vidas de forma silenciosa y clara. Esa llamada a acompañar el dolor, a sostener al abatido. Esa pequeña comunidad quizás estaba siendo para este chico de 14 años un lugar de acogida y de paz. Sencillo, de forma callada, pero sincera. Más de una vez he dudado de si estas pequeñas comunidades aportan vida y Evangelio a nuestro mundo. Hoy no podría decir lo mismo. Una pequeña comunidad puede contar que el Amor no se rinde, ni nos abandona en medio de nuestra debilidad. Al leer la Pasión, creo que tenía aún más sentido vivir ese Dios encarnado y cercano a los que sufren; la bondad de un Dios hasta el final, un Jesús que murió amando.
Cuando recordábamos a los difuntos, una lágrima resbaló por la mejilla de Javier, y quizás pudo sentir algo de aliento, algo de paz en su dolor. En una iglesia pequeñita hay una pequeña comunidad de gente muy sencilla. Hay hechos que nos ayudan a repensar muchas cosas, a Javier y a cada uno de nosotros… y a nuestra Iglesia.
Saber mirar, acompañar el dolor y abrir resquicios a la esperanza. Saber amar, en silencio, las roturas y cansancios, saber curar heridas. Bonita labor. En medio de nuestra sencillez y torpezas.