Ciudadanos del cielo - Alfa y Omega

Ciudadanos del cielo

Miércoles de la 4ª semana del tiempo ordinario / Marcos 6, 1-6

Carlos Pérez Laporta
Jesús en la sinagoga. Joakim Skovgaard. The David Collection, Copenhague. Dinamarca. Foto: Pernille Klemp.

Evangelio: Marcos 6, 1-6

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.

Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:

«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él.

Les decía:

«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».

No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Comentario

Jesús está y predica en «su ciudad». En esas calles y entre esa gente se había criado. Todo aquello lo tenía como lo suyo y le era familiar. Era el lugar donde siempre se había sentido cómodo. Pero no era su verdadero hogar, ni su verdadera patria. Siempre se había sentido acogido, pero también siempre había sabido que no era originario de ese lugar. Él era de otra ciudad, mucho más suya. Hasta ahora no había habido tensión en su corazón entre esas dos ciudades. Pero hoy le quema la ciudad celeste, hoy quiere hablar a sus amigos y ciudadanos de su ciudad originaria. No le basta con ser acogido, no le es suficiente con adaptarse a esta ciudad adoptiva. Jesús quiere llevarlos a su patria, quiere sacarles de sus casas y sus costumbres y hacerles ciudadanos del cielo.

Pero no le dejan. Es como si hablase otra lengua. Se siente extranjero, desconocido: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa», dice. Y como no le dejan, no puede ni siquiera hacer milagros ¡Dios mismo no puede! ¡Sin la respuesta libre de la fe Dios permanece impotente! «No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe». Es posible que el evangelista quisiera matizar, diciendo que su impotencia no fue absoluta porque alguna curación hizo. Pero es útil también trazar para nosotros una distinción entre milagro y mera curación: a veces Jesús puede curar, pero no hacer milagros, porque no toda curación constituye un milagro. El milagro no es el acto físico de la curación por sí misma, sino en cuanto que esta significa y muestra su presencia divina. De ser así no habría podido hacer milagros porque no habría podido familiarizarlos consigo, con su yo más íntimo, haciéndoles conciudadanos del cielo; pues, no tenían fe.