Desborda el tiempo y el espacio - Alfa y Omega

Desborda el tiempo y el espacio

Martes de la 4ª semana del tiempo ordinario / Marcos 5, 21-43

Carlos Pérez Laporta
La Resurrección de la Hija de Jairo. George Percy Jacomb-Hood. Guildhall Art Gallery, Londres. Foto: The Bridgeman Art Library.

Evangelio: Marcos 5, 21-43

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar.

Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:

«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacia doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con sólo tocarle el manto curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente y preguntaba:

«¿Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaron:

«Ves como te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”».

Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad.

Él le dice:

«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:

«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

«No temas; basta que tengas fe».

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:

«¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida».

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:

«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Comentario

Una curación de camino a otra parte. Es como si a Jesús se le escaparan los milagros de sus manos. Como si la gracia que ha venido a traer desbordase los límites de sus intenciones humanas, limitadas en el tiempo y en el espacio. De camino a la sanación de la hija de Jairo, alguien «ha tocado el manto». No ha sido un contacto casual e impersonal como cuando «apretuja la gente». Ha sido un contacto con fe, ha sido alguien que le buscaba a Él por ser quien es y para responder a sus esperanzas más hondas. Por eso Él se sorprendió y ella, «al comprender lo que le había ocurrido, se echó a los pies y le confesó toda la verdad». Ha sido un verdadero encuentro. Y por eso ha sido su fe la que le «ha salvado», su fe en Él, que le ha respondido.

Así, este episodio no dice que Jesús tenga una fuerza divina de la que podemos disponer a nuestro antojo creyente; sino que Jesús está dispuesto a ampliar sus recorridos, a desbordar sus intenciones para respondernos a cada uno de nosotros y llevar su gracia hasta donde nosotros le pidamos: «No temas; basta que tengas fe», nos dice.

Por eso, ese cambio en sus planes que ha producido el encuentro con la hemorroísa ha exigido que Jesús se detenga, razón por la que no ha llegado a tiempo a sanar a la hija de Jairo. Pero, por el mismo motivo, de nuevo aquí el tiempo de Jesús logra ensancharse incluso por detrás de la muerte, a la que domestica: «¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida». No se trata de cambios en los planes de la providencia divina, sino el continuo desbordamiento de la eternidad en el tiempo. El poder providencial no eterniza el tiempo, sino que lo atraviesa y asume.