Cien años sin el pintor de la luz mediterránea - Alfa y Omega

Cien años sin el pintor de la luz mediterránea

Varias exposiciones descubren diversas facetas de la vida y obra de Joaquín Sorolla en el centenario de su muerte. Además del sol mediterráneo y su amada Clotilde, la piedad popular fue uno de los temas que abordó

Javier García-Luengo Manchado
Visión de España. 1913-1919, Hispanic Society de Nueva York. Foto: ABC.

El 10 de agosto de 1923 los otrora iridiscentes pinceles de Joaquín Sorolla recrearon el crepúsculo de su vida, no así el de su obra, que sigue brillando con la misma fuerza de su luz, con el ímpetu de su vitalidad y con la natural frescura de sus paisajes y de su paisanaje.

Se cumple este año, por tanto, el primer centenario del fallecimiento del genial valenciano. El recuerdo de dicha efeméride ha permitido programar diferentes exposiciones que han jalonado el panorama cultural de la temporada, muestras todas ellas que continúan revelando —y admirando— la calidad y personalidad del celebrado pintor. Entre otras, sobresalen las muestras Sorolla en negro, en la Fundación Bancaja de Valencia; Sorolla a través de la luz, que acoge el Palacio Real de Madrid, y En el mar de Sorolla por Manuel Vicent, organizada por el Museo Sorolla, de todas las cuales aún podemos disfrutar, eso sí, ya en sus últimos días. Asimismo, en este contexto, descuella el proyecto del Museo de Bellas Artes de Valencia respecto a la adecuación y revisión museográfica de la producción del artífice por excelencia del sol mediterráneo.

Dichos eventos no dejan de descubrir las múltiples facetas de este poliédrico intelectual, quien no renunció al legado de la tradición descubierta en los maestros del Siglo de Oro, amén de la prosapia asumida durante su época romana. Las experiencias estéticas aludidas no fueron óbice, antes al contrario, para que Sorolla dialogara —sin alistarse— con las disímiles corrientes que conoció en el París finisecular, algunas de ellas deudoras aún del decimonono —véanse sus incursiones en la pintura de historia—. Ya lo había demostrado con anterioridad en La defensa del parque de artillería de Monleón (1884, Museo del Prado). Hemos de recalcar su relación con el impresionismo y el realismo, tendencia esta última rastreable en cuadros de índole social, como Trata de blancas (1894, Museo Sorolla) o en ¡Aún dicen que el pescado es caro! (1894, Museo del Prado). Su carácter reivindicativo y las injusticias aquí denunciadas comulgan plenamente con los postulados literarios e ideológicos de su amigo Blasco Ibáñez.

Ahora bien, si por algo todos reconocemos a Sorolla es gracias a su inigualable interpretación de la luz. Su singular pincelada, aparentemente espontánea a la par que segura, es la base para construir esas personales superficies cromáticas destinadas a glosar el folclore, los tipos y costumbres con los que tanto nos identificamos. La percepción que nos ofrece de lo contemporáneo, de su aquí y de su ahora, no son ajenos a este hecho. Cómo no mencionar las escenas de la Malvarrosa de su amada Valencia, los retratos de las más insignes figuras de su época y un sinfín de cuadros, bocetos o estudios que continuamos admirando especialmente gracias, entre otras instituciones, al Museo Sorolla, sito en la que fuera su casa en Madrid.

Cartas a Clotilde

El éxito cosechado por Sorolla, tanto en vida como cien años después, no habría sido tal sin Clotilde, su mujer. «Sin ti, yo ya no soy más que una sombra de hombre y de pintor», reconoce Joaquín en una carta de 1917 a su esposa. El profundo amor que se tenían se entrevé también en los «millones de besos» que le enviaba en cada misiva, una correspondencia que tenía periodicidad diaria durante los viajes del pintor. El epistolario revela además a un Sorolla apasionado por su familia, a la que siempre ponía bajo la protección de Dios.

No podemos concluir este artículo sin abordar un capítulo poco conocido en su trayectoria: la iconografía religiosa y devocional. Como desveló la exposición Sorolla y la fe, acogida en 2021 por el precitado museo, el artista valenciano, al margen de sus creencias, no rehuyó dicha temática, así como el costumbrismo vinculado a la piedad popular. Este último aspecto se evidencia en Sevilla. Los nazarenos (1914), destinado a representar a Andalucía en su famosa Visión de España realizada para la Hispanic Society de Nueva York. La Tierra de María queda aquí simbolizada mediante La Virgen del Rosario o de Monte Sión, que pudo admirar durante su estancia en la Semana Santa hispalense.La experimentación estética de Sorolla la encontramos, igualmente, en el acento modernista con el que concibió Santa Clotilde (1888, Museo del Prado) o en el plenairismo de su Virgen María (c. 1885, Museo de Bellas Artes de Valencia), imágenes ambas de clara progenie simbolista.

Su personal estilo permite extrapolar a la actualidad su indignación frente a las heridas sociales, como también esa sencilla alegría de romerías o la trascendencia del fervor popular. Sorolla nos sigue mostrando aquellos jardines abiertos a la reflexión, que en estos tiempos invitan a admirar al ser humano, con sus luces y sus sombras, con sus alegrías y sus tristezas. Y siempre con la luz (sorollesca) de sus esperanzas.