Ciegos
Viernes de la 23ª semana del tiempo ordinario / Lucas 6, 39-42
Evangelio: Lucas 6, 39-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
No está un discípulo sobre su maestro, sí bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».
Comentario
La leyenda decía que Homero, el poeta que habría fundado la cultura griega, era ciego. Un ciego pretendiendo guiar a una humanidad en tinieblas.
Esto parecería contradecir a las palabras de Jesús. Un ciego no puede guiar a otro ciego sin provocar una caída. Pero Oscar Wilde dice que los griegos crearon el mito de la ceguera de Homero porque se dieron cuenta de lo que el poeta pretendió con su poesía: que lo sustancial no era ver con los ojos, sino con el corazón; que lo fundamental era ponerse a la escucha de la música que late en el mundo. Homero no podía crear la cultura occidental como si él viese inmediatamente la verdad. Ante la verdad última él era tan ciego, tan limitado, como nosotros. Homero se habría inventado la verdad si hubiera fingido no ser ciego como todos. Pero Homero, con su poesía, asumió su condición de ciego y quiso dar al hombre ese otro tipo de visión, esa que se ve con los oídos y el corazón. Con su poesía el ciego de Homero enseñó a una humanidad ciega a buscar una verdad que no podía ver.
Si nosotros queremos ayudar en sus cegueras a nuestros hermanos es necesario hacerlo desde nuestra propia ceguera. Es necesario hacerlo desde la viga que cubre nuestros ojos. No podemos acompañar a los demás como si la verdad nos perteneciese, como si nuestra visión fuera perfecta. Solo como ciegos que siguen la voz del maestro sabremos mostrar el camino a otros ciegos. De nada servirá que insistamos en la ceguera de los demás, si no les enseñamos a escuchar la voz de Cristo. Solo su voz puede guiarnos en mitad de este mundo en tinieblas.