El cristianismo no es utopía - Alfa y Omega

El cristianismo no es utopía

Miércoles de la 23ª semana del tiempo ordinario / Lucas 6, 20-26

Carlos Pérez Laporta
Bienaventuranzas en la vidriera de la capilla de San Vicente de Paúl, en San Louis (Estados Unidos).

Evangelio: Lucas 6, 20-26

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.

Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis recibido vuestro consuelo.

¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!

¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas».

Comentario

Que la religión es el opio del pueblo lo dijo Marx. Él pensaba que la piedad consistía en una suerte de alienación, en la que el creyente podía sobrevivir a las penurias presentes si focalizaba su atención en las bondades del cielo. Algo así como taparse la nariz ante un mal olor pasajero, a la espera de recuperar la respiración después. Todo el Evangelio de hoy podría leerse en esa clave: la pobreza, el hambre, la tristeza y la persecución serían vaciadas de contenido, no tendrían ningún valor y no podrían afligir al cristiano, porque lo único importante y real sería esa gran recompensa en el cielo. El cristianismo sería así utopía: no tendría su lugar en la historia, sería puro futuro celestial, y el cristiano solo tendría aguantar con los puños cerrados.

Pero Marx olvidaba al definir la religión que el centro del cristianismo no es una doctrina o una moral, sino Cristo mismo. Lo central de este Evangelio, sobre lo que pivota toda la alegría del cielo, es Jesús, que levanta «los ojos hacia sus discípulos y les habla». Si el hambriento siente alivio no es porque pensar en las nubes del cielo le quite el hambre, sino porque saborea la dulzura de Cristo presente; si el pobre no se hunde en su miseria es porque Cristo le enriquece con su mirada; si el que anda triste no desespera es porque adivina en la voz de Cristo la certeza divina; si el perseguido no se cree abandonado es porque siempre está con su Señor. El cristianismo no es utopía porque no es puro futuro; el cristiano puede y debe esperar el cielo, porque el cielo se ha hecho carne y vive entre nosotros. La presencia de Cristo entre nosotros es el anticipo y la prenda de la alegría profunda del cielo. El cristianismo tiene más de aquellas amistades al lado de los cuales uno se ve capaz de afrontarlo todo. La relación con Cristo permite tenerlo y esperarlo todo siempre, contra toda esperanza.