Cela contra Dios. Entre la esperanza y el desengaño - Alfa y Omega

Cela contra Dios. Entre la esperanza y el desengaño

Su obra es un gigantesco esfuerzo por comprender a Dios y al hombre, una infatigable búsqueda de trascendencia en una época de crisis

Rafael Narbona
El escritor en una fotografía de los años 90. Foto: Gonzalo Cruz.

Acusado de ogro, farsante e histrión, Camilo José Cela no goza de una posteridad a la altura de sus méritos literarios. 20 años después de su muerte –el 17 de enero de 2002– no se le han perdonado ciertas extravagancias, algunas de dudoso gusto, ni que a los 21 años ofreciera sus servicios como delator al bando franquista. También se le recrimina haber cometido un plagio con La cruz de San Andrés, aunque los tribunales desestimaron la acusación. El comportamiento de Cela durante la Guerra Civil no fue ejemplar, pero tampoco lo fue el de Alberti o Bergamín, y no se les ha juzgado con tanta dureza. La colmena es una obra maestra, una de las grandes novelas españolas de la segunda mitad del siglo XX. Innovador, ambicioso, imaginativo y con una prosa donde se escucha el eco del Siglo de Oro, Cela es un maestro moderno, uno de nuestros clásicos. Muchos se han preguntado si creía en Dios. Estudiante indisciplinado, fue expulsado de dos colegios religiosos y ya de adulto alardeó de anticlericalismo. Eso sí, nunca negó la existencia de Dios, pero aclaró que su concepto de lo sobrenatural no coincidía con el de la Iglesia católica, lo cual no le impidió pasar por el altar en sus dos matrimonios. Pensaba que Dios no era una realidad personal, sino «la unidad de la materia, el principio y el fin de todas las cosas».

Cela creía en el individuo, no en iglesias, partidos o gobiernos. Sentía respeto por lo sagrado, pero no comulgaba con ningún credo. En algunas novelas despliega una perspectiva próxima al existencialismo. En La familia de Pascual Duarte (1942) el ser humano es una criatura violenta y desarraigada, simple biología modelada por un entorno hostil. Viaje a la Alcarria (1948) redunda en ese desaliento, retratando la atmósfera de unos pueblos estragados por la pobreza y la falta de horizontes. En La colmena (1955) también imperan la insolidaridad y el nihilismo. No hay espíritu de comunidad ni sentido ético. Podemos leer estos tres títulos como una trilogía de la escasez y la desesperanza. En la España de la posguerra casi todo el mundo se declaraba católico, pero escaseaba la fraternidad cristiana. Cela no es compasivo con sus personajes. Aunque afirma que en sus obras se alternan la crueldad y la caridad, prevalece el desdén hacia unos seres que recuerdan a los peleles del esperpento valleinclanesco o a las desdichadas almas de La romería de San Isidro, de Goya, una de esas pinturas negras donde el dolor y lo deforme han enterrado cualquier atisbo de luminosidad y alegría.

El Nobel de Literatura recogió el premio el 10 de diciembre de 1989. Foto: Pressens Bild AB.

Admirador de Baroja y Ortega y Gasset, Cela transitó del realismo a formas narrativas que asimilaban la reinvención del género postulada por Joyce y sus discípulos. En esa segunda etapa persistió el pesimismo, pero en medio de una prosa caudalosa, oscura y saturada de símbolos despuntaba un tímido humanismo de inspiración cristiana. En San Camilo, 1936 (1969), el tío Jerónimo, un republicano en vísperas de la sublevación militar, reelabora las tres virtudes teologales, proponiendo fe en la vida, esperanza en la muerte y caridad con el ser humano. Cela decía no tener miedo a la muerte, a la que aguardaba con serenidad, pues le parecía tan inocua como el sueño. En Cristo versus Arizona (1988) empleó otra vez el monólogo interior. El protagonista, Wendell Espana, inculto y primario, comenta que los hombres han saturado la paciencia de Dios. Cristo no le ha dado la espalda a nadie, pero comienza a estar «harto de los pecadores». Cela tiene una pobre opinión del ser humano, pero considera que hay que mostrarse caritativo con él, pues el mundo se parece a ese mar que en Madera de boj (1999) no cesa de devorarnos, enviándonos a pique cuando nuestras ilusiones parecían a punto de materializarse.

Director de revistas literarias, académico y Nobel de Literatura, Cela ha pasado a un segundo plano, pero yo creo que su obra es un gigantesco esfuerzo por comprender a Dios y al hombre, una infatigable búsqueda de sentido y trascendencia en una época de crisis e incertidumbre. Algunos de sus libros nos muestran cómo sería el mundo sin Dios: un páramo desolado, un desierto sin un atisbo de belleza. Sin embargo, entre las ruinas y el vacío, el ser humano sigue anhelando la fe, la esperanza, la caridad, como el tío Jerónimo, que desconfía del materialismo y exalta la libertad. El problema es que vivimos entre extremos: «La reacción quema herejes y libros y la revolución quema iglesias e imágenes; el caso es quemar algo». Cela se rebeló contra esa violencia, proclamando su fe en el diálogo y el encuentro, dos virtudes con una raíz inequívocamente cristiana. Hay muchas formas de creer en Dios y apostar por los lazos de fraternidad es una de ellas. Cela no litigó contra Dios, sino contra las hogueras, símbolo de todo lo que condena el Evangelio.

Bio

Nacido en la gallega Iria Flavia en 1916, fue académico de la RAE y obtuvo el Príncipe de Asturias de las Letras en 1987, el Nobel de Literatura en 1989 y el Cervantes en 1995. En 1996 Juan Carlos I le otorgó el marquesado de Iria Flavia, creado ex profeso. En el año 2000 puso la primera piedra de la Universidad Camilo José Cela. Falleció el 17 de enero de 2002.