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La misericordia de Dios, por y en Jesús, supera nuestro entendimiento. Por ello no alcanzamos a comprender, ni la inmensidad, ni la extensión y tampoco los destinatarios de su infinita Misericordia. Jesús nos ama a todos, no tiene acepción de personas y de manera especial ama a los pecadores. Se acerca a ellos y son objeto de su atención. Va persistentemente en su busca e intenta devolverles la humanidad y dignidad perdida, por su dureza de corazón, su soberbia o por nuestra autosuficiencia.
Entre los pecadores (y lo somos todos) se hallan los muy ricos y poderosos (a los ojos del mundo) y Jesús los ve también como «pobres espirituales». Aún cargados de poder, dinero, fama y dominio, sobre cosas y personas, son y seguirán siendo sus preferidos. ¡Sí, sus preferidos! La infinita misericordia de Dios se extiende también hacia ellos, tal como hizo con el rico de su tiempo, aquel publicano llamado Zaqueo. No es una opción, es un compromiso ineludible, que requiere y precisa de una específica línea de acción misionera para su conversión. Pues tal vez estas personas sin saberlo están causando un grave daño, por la dirección que dan a sus bienes especulativos. La misericordia de Dios, no lo dudemos, es también para los muy ricos, pues forman parte del plan misericordioso de Dios, si logramos con su ayuda rescatarlos y convertirlos en instrumentos capaces de extender su misericordia.
Releyendo el número 955, de Alfa y Omega, aparece en la sección Enfoque en uno de sus apartados la noticia que «vuelven las misas a Corea del Norte», y una breve explicación. Y tal vez haya pasado desapercibido en el cúmulo de información que recibimos cada día. Aunque solamente sea en las principales fiestas eucarísticas, y no se indica qué parte del territorio de aquel país va a ser beneficiada, la noticia tiene tal calado, tanta importancia que solamente se comprende pensando en que las oraciones de muchas personas hayan llegado a su destino, y el Espíritu Santo ha hecho el resto. Que en el país más hermético del planeta, vuelva a oírse la Palabra de Dios, ya es otro de los frutos que ya da el Año de la Misericordia. Y habrá más.