Carta a los Reyes - Alfa y Omega

La noche de Reyes, para muchos niños, es una noche mágica. Las ilusiones de la infancia en la noche de Reyes las podemos encontrar en pocas palabras sinceras, en la Carta a los Reyes. Los niños expresan lo que desean, lo que les hace ilusión, sean juguetes u objetos que necesitan. Sin embargo, en el corazón de estos niños hay muchas otras ilusiones, más importantes y más amadas por ellos, aunque no siempre las sepan expresar y explicitar.

Su mayor ilusión es que su padre y su madre se amen mucho y siempre, que se esfuercen por entenderse y vivir unidos, que se perdonen y reconstruyan las rupturas que la vida pueda producir. Esto es lo que prefieren a todo los demás; lo expresan los ojos tristes de los niños que no lo tienen. Ellos han nacido y han crecido en el seno de una familia, y quieren que su familia se mantenga unida. Esto es lo más valioso que los Reyes pueden llevar a sus hijos.

Los padres cristianos, al llevar a sus hijos a la Iglesia para celebrar el sacramento del Bautismo, propician que sus hijos se conviertan en hijos de Dios. Y los hijos, a medida que crecen, desean otro obsequio; lo manifiestan haciendo preguntas sobre Dios, la vida, la muerte, el mal… Indirectamente, están manifestando otra ilusión: ser catequizados. Los padres les hacen un regalo al contestar a estas preguntas y al iniciar a sus hijos, ya desde pequeños, en la oración y en la celebración de la fe en la comunidad cristiana.

Pienso especialmente en los niños de familias que viven situaciones de verdadera pobreza. Estoy seguro de que nuestros niños llevan en su corazón una gran ilusión y que quizá la han escrito en su Carta a los Reyes: que los adultos hagamos todo lo posible para superar la grave crisis: compromiso, fidelidad, austeridad, sinceridad, comprensión, acogida… Sin estas actitudes, no se puede alcanzar aquella gran ilusión.

Todo esto sucede en la noche de Reyes, que recuerda y celebra la adoración de los Magos a Dios, nacido como niño en Belén. Dios se hace niño para hacernos a todos hijos suyos y, por tanto, hermanos de todos los hombres. Las ilusiones que brotan del corazón de los niños en su Carta a los Reyes, si todos nos esforzamos en ello, pueden transformar el mundo.