Cambio balas por platos de arroz - Alfa y Omega

Cambio balas por platos de arroz

Francisco quiere instituir un fondo mundial para desterrar la inseguridad alimentaria con el dinero destinado al gasto militar

Victoria Isabel Cardiel C.
Las misioneras de la Caridad reparten comida entre los más necesitados de Calcuta (India) durante la pandemia. Foto: AFP / Dibyangshu Sarkar

Una de las primeras respuestas de Francisco ante la sangría económica que deja tras de sí la pandemia ha sido la creación del fondo Jesús Divino Trabajador, gestionado por Cáritas y dirigido a los trabajadores con menos tutelas de la diócesis de Roma. Lo ha hecho en calidad de obispo de Roma y ha donado para el mismo un millón de euros. Como Pontífice también ha tendido su mano a las áreas misioneras permanentemente en crisis con otro fondo de emergencia. Y ahora es el turno de la esfera internacional. El Papa quiere que se instituya un fondo mundial para desterrar la inseguridad alimentaria y ayudar al desarrollo de los países más pobres con el dinero destinado al gasto militar. No va errado en sus cálculos. En 2019, la inversión mundial en armamento alcanzó su máximo histórico hasta llegar a los 1,917 billones de dólares, de acuerdo con los datos del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI). Un botín más que suficiente para sufragar una comida nutritiva a los hambrientos de la Tierra, para lo que —según el Programa Mundial de Alimentos— bastarían apenas 260.000 millones en un año. «No es una idea abstracta», justifica Alessio Pecorario, encargado de los temas de seguridad de la comisión transversal creada por el Santo Padre para ganarle la carrera a la pandemia y adelantarse a sus consecuencias. «Los expertos externos con los que trabajamos en el Vaticano ven como algo lógico el alto al fuego global que ha pedido el secretario general de la ONU y que el Papa ha hecho suyo», destaca. A su juicio sería más descabellado continuar almacenando arsenales de armamento cuando el verdadero enemigo es el hambre.

Gasto militar mundial

Fuente: Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI)

La misión de este experto en asuntos internacionales, con una carrera brillante en la Comisión Europea para la Eficacia de la Justicia (CEPEJ) y en la Autoridad de Información Financiera (AIF) de la Santa Sede, es titánica: el desarme general, tanto nuclear como de armas convencionales, de aquí a diez años. Para ello, además de tesón y determinación, sirven buenos interlocutores: «Nuestro objetivo es reunir a las mejores mentes y a los que trabajan para poner la seguridad al servicio del bien común. Tenemos que crear sinergias y trabajar en red». De un lado, «nuestras oficinas en el Vaticano», y del otro, «las oficinas de otras religiones, las universidades, las organizaciones internacionales, las ONG, los gobiernos, el sector privado…». Su tarea se abre paso con gestos concretos como la Freeze campaign, dentro de la Strategic Concept for Removal of Arms and Proliferation (SCRAP) de la SOAS University de Londres, que define como una campaña de sensibilización que insta a los gobiernos a «congelar las inversiones en armamentos para obtener de esta manera los recursos necesarios para afrontar la pandemia y garantizar la seguridad de los ciudadanos».

Además, también ha estrechado colaboraciones con otras instituciones como la FAO o entidades no gubernamentales como Caritas Internationalis, que trabajan cada día para mejorar las condiciones de la seguridad alimentaria. «Estamos tratando de reconstruir las cadenas de producción ofreciéndoles toda la ayuda que la Santa Sede tiene desplegada por el mundo», asegura. Pecorario reseña la labor de la campaña dirigida a las instituciones financieras, Don’t Bank on the Bomb o Move the Nuclear Weapons Money, (No apueste por las bombas o mueva el dinero de las armas nucleares), que pone las bases concretas para que las instituciones privadas puedan «sacar sus recursos de la industria del armamento». Sin embargo, también hay un aspecto que toca directamente a cada ciudadano, como el tema de la gestión de los propios ahorros. «¿Los he invertido en bancas que a su vez lo destinan a la industria de las armas? ¿O he privilegiado las bancas que invierten en programas de desarrollo?», invita a preguntarse Pecorario.

«La trampa del conflicto»

La emergencia sanitaria arrastra tras de sí la peor crisis económica desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los presagios económicos alertan de una gran depresión similar o incluso más profunda que la de 1929, que empujará hasta la pobreza extrema a cientos de miles de personas. «En muchas áreas del planeta la pandemia está exacerbando la trampa del conflicto, es decir, la combinación letal de la crisis sanitaria y la crisis económica, un caldo de cultivo perfecto para las guerras», alerta el experto.

Desde la mesa que ocupa en el Vaticano ve con preocupación las «noticias de nuevos conflictos y devastaciones» en todo el mundo. «Si el Papa habla de tercera guerra mundial, usando una expresión así de fuerte, es para hacernos abrir los ojos. Miremos más allá de nuestras propias fronteras; la guerra es algo real y nuestra responsabilidad es limitarla», indica. Francisco usa esa expresión para hacernos ver que «la violencia no es solo batalla armada o explosión de bombas». «El hambre, la falta de instrucción o de asistencia sanitaria, así como la enemistad entre los estados y pueblos, todas son formas de violencia que nacen de la globalización de la indiferencia», incide.

Fondo para las tierras de misión

El Papa creó en abril, en vista de los primeros coletazos de la pandemia, un fondo de emergencia para ayudar a los misioneros que se dejan la piel en las zonas más pobres. Lo inauguró con una donación de 750.000 dólares. Ocho meses después se han recaudado cerca de 1.600.000 euros con los que ha dado vida a 250 proyectos. Así lo confirmó el presidente de Obras Misionales Pontificias, el arzobispo Giampietro Dal Toso, que agradeció en concreto la generosidad con la que la Iglesia española respondió al grito de socorro de los 1.111 territorios de misión, un tercio de las diócesis del mundo.

Pero no todo son malas noticias. El próximo 22 de enero entrará en vigor el tratado internacional para la prohibición de las armas nucleares, después de que Honduras se convirtiera en el quincuagésimo país en ratificar el texto que obliga a los firmantes a no desarrollar, probar, producir, fabricar, adquirir, poseer o almacenar armas nucleares u otros dispositivos explosivos de carácter nuclear en ninguna circunstancia. Una histórica reivindicación de los supervivientes al horror de Hiroshima y Nagasaki que la Santa Sede ha impulsado desde «su experiencia diplomática milenaria» y con el apoyo de «la red de representantes que tiene en todo el mundo».

La Santa Sede fue el primer estado en firmar y ratificar este tratado. Un impulso claro para el mensaje pacifista que va más allá de las palabras, y que no se limita solo a reforzar las garantías de no la proliferación de armas nucleares. «Quien afirme que este tratado, por no ser no vinculante, no tendrá alguna incidencia en el comportamiento de los estados que poseen armas desconoce cómo funcionan los mecanismos del derecho internacional», alerta Pecorario, que pone un ejemplo claro: la Corte Internacional de Justicia de La Haya estipuló en 1996 que el uso de las armas nucleares no podía ser definido como ilegal desde el punto de vista del derecho internacional. Y este tratado «puede contribuir a cambiar esta orientación».